Ventas, posadas, carros, carretas, calesas, diligencias o galeras marcan los caminos y viajes a lo largo y ancho de la región de Murcia. Malos caminos y peores servicios, mantuvieron a Murcia deficientemente comunicada, salvándose sólo el comercio mantenido por los arrieros, cuya especialidad ostentaron los naturales de Algezares, seguidos por los de Alcantarilla.

    Son diversas las fuentes para poder aproximarnos al estado de los caminos y las compañías de viajeros de la región en el siglo XIX. Los viajeros románticos, especialmente ingleses y franceses, nos dejaron sus crónicas publicadas en sus países de origen. Por otra parte la prensa y el Boletín Oficial de la Provincia anunciaban los viajes y sus precios al tiempo que algunos municipios reglamentaron los servicios, por lo que los archivos municipales nos complementan los datos precisos para acercarnos al tema tratado.

    En 1807 A. Laborde, recorriendo la región, nos dice taxativamente que los caminos de la provincia de Murcia "se hallan casi todos en estado natural, caminase con frecuencia sobre la roca viva; a nadie se le ha ocurrido echar sobre ella un capazo de tierra". No obstante dice que hay tres caminos buenos: Murcia a Molina, Murcia a Cartagena (contradiciéndose con otros viajeros de la época) y el de Lorca a Águilas, consistiendo los vehículos de viajeros en carrozas, calesas y volantes. Los carros de transportes en Murcia, comenta, son tirados por mulas, unidas de dos en dos, en tanto que los agricultores usaban carretas conducidas por bueyes.

    Años después, en 1846, Richard Ford comentaba, en su viaje por Murcia, que la provincia estaba mal provista de carreteras y que el camino hacia Granada era apenas practicable para vehículos, destacando además lo árido y desolado del territorio.

    Valerie de Gasparin, describe una galera de Murcia, en 1869, y los caminos. Es realmente gráfico.. "El animal lleva sobre la cabeza un penacho de plumas de tamborilero mayor, a cada paso, racimos de borlones de lana le golpean los ojos; colgantes de cobre, campanillas, cascabeles, chatarra capaz de llenar la tienda de un calderero..., el cochero cubre su cabeza con una montera, la mula sueña, el cochero duerme, nosotros balanceándonos aquí, inclinándonos allá, los unos frente a los otros, navegamos al compás de los baches del camino".

    La capital contaba con centenares de tartanas. La descripción del viajero ingles H. James Rose, en 1877, nos completa la visión. La tartana, dice, "es una especie de vagoneta cubierta, con dos ruedas, arrastrado por un caballo o mula, es el carruaje utilizado en toda la región de Valencia y Murcia". Los malos caminos de la provincia comenzaron a ser arreglados por el Marqués de Corvera, a decir del viajero G. de Saint Víctor en 1889.

    Pese a los malos caminos, existían líneas regulares de diligencias, a mediados del siglo XIX, de Murcia a Lorca, Cartagena y Alicante. En cambio sólo existía, dice Richard Ford en 1846, una galera hacia Madrid. Para recorrer la provincia, por su cuenta, alquilaría una tartana valenciana, de un solo caballo, que costaba de 20 a 24 reales diarios, sin incluir la manutención del conductor y su caballo. Este viajero comenta que en España las vías de comunicación eran las antiguas calzadas romanas.

    El Reglamento de carruajes de viajeros era del 13 de mayo de 1857. En julio de 1884 se declaraban nulas las licencias existentes, con el fin de adaptarse a una nueva normativa, previo reconocimiento pericial. Previamente, en 1873 el Estado imponía una tasa del 10% sobre el precio de los asistentes.

Autor: Ricardo Montes Bernárdez