Bandoleros [Jaime Alfonso el Barbudo]
Bandoleros

Entre 1710 y 1736 Algezares vivió una serie de casos en los que se mezclaron misticismo, solicitación y sexualidad.  Sus protagonistas fueron perseguidos por la Inquisición y los procesos afectaron a un buen número de feligresas, al Eremitorio de la Luz, varios ermitaños e incluso al propio párroco.   Pasados algunos años, es decir, hacia mediados del siglo XVIII, la vida parecía languidecer de nuevo en brazos de una tranquila monotonía sin que ningún acontecimiento de relieve viniese a reavivar los corrillos y tertulias.   Algezares alcanzaba entonces los 1800 habitantes y dependían de ella el partido del Reguerón, Los Lages y Los Garres, además de pertenecerle todas las yeseras que había a sus espaldas. Pues bien, fue exactamente en 1749 cuando el presbítero de Jumilla, Miguel Lozano y Abellán denunció a Diego Ruíz, 'morador de Algezares' por no pagarle 653 reales y 4 maravedís que éste le debía a cuenta del arriendo de ocho tahúllas en el partido del Reguerón.  Pero como las tierras eran de una capellanía, por más que Diego Ruíz buscó abogado  -Miguel García Orcajada-  y pleiteó, al final hubo de pagar deuda y costas.  

Pero en realidad los ánimos comenzaron a agitarse una década después. Por ejemplo, en los primeros días de marzo de 1760 un tal Alcaraz mató de un tiro a un zapatero miliciano en el sagrado paraje del monasterio de la Luz y sólo cuatro años después (en mayo de 1765) de aquél tremendo acontecimiento la sangre volvió a teñir suelo sacro, esta vez en La Fuensanta.  En esta ocasión Antonio Serón disparó al ermitaño Joaquín Luna hiriéndolo en un muslo, con tan mala fortuna que hubo de amputársele la pierna y a punto estuvo de perder la vida.  Para alimentar supersticiones de quienes andaban convencidos que la mala suerte había hecho del fraile su presa, éste regaló el hábito a su hermano Fernando y al poco fue asesinado en San Antolín de una puñalada que le asestara un tal Martínez, de la Arboleja, frente a una casa de mujeres.

Por los mismos años se proclamó busca y captura para un criminal jefe de banda, un tal Francisco Romero, natural de Algezares, y autor de siete muertes, la última en la persona del escribano real José Claudio Navarro.  Romero y parte de su cuadrilla fueron al fin detenidos en octubre de 1766 en Torre Pacheco.  Con él iban su criado, su hermano, un primo apodado el Peretero, Riquena y Castillo.  Los demás huyeron, según se dijo, a Portugal.  El estuvo preso hasta marzo de 1771 fecha en que fue ajusticiado por ahorcamiento en Cartagena aunque no sin antes haber recibido 200 azotes.  Los demás miembros de su banda padecieron azotes antes de ser deportados, unos a  Orán y otros enviados a Granada.  La cabeza del criminal fue exhibida en jaula de hierro en el centro de Algezares como pena de escarmiento con un letrero que rezaba: 'pena de la vida a quien la quite' . Allí permaneció durante 40 días custodiada por soldados. El vecindario rogó y pagó para que la jaula y su cabeza abandonaran el centro de la localidad, hasta que fue trasladada al camino de Los Lages, donde permaneció por lo menos unos tres años 'sirviendo de motivo de reflexión' a viajeros. La mano derecha se mandó al campo de Orihuela, escenario de su último asesinato, para que allá se hiciera otro tanto con ella.      

Diez años después, en 1777, una noche de primeros de noviembre un nuevo asesinato vino a conmocionar a la población.  Fue un crimen pasional, la víctima Ramón García y el asesino uno de sus primos que enamorado de la novia de Ramón había sido rechazado por ésta y, loco de celos, lo mató.

El último caso hallado data del año siguiente, 1778 y se trata simplemente de un juicio por ofensas.  En aquél momento habitaban en la localidad una serie de personajes pertenecientes a la pequeña nobleza, es decir, hijosdalgos. Algunos de ellos eran: Alejandro Meseguer, José Meseguer, Antonio Rubio Meseguer y José Rubio Miralles.  Su condición social les permitía gozar de ciertos privilegios y exenciones; pese a ello, los diputados del lugar, José Ruíz y Francisco Sánchez Atanasio, les obligaron a recibir y mantener tropas en sus casas, como a todos los demás vecinos, mientras duró el acuartelamiento del Regimiento de la Caballería de la Reina en Algezares.  Aquellos se sintieron terriblemente afrentados e iniciaron una querella criminal contra los diputados cuyo proceso duró nada menos que cuatro años.