Escenario del Centro de Arte Dramático de Murcia Bajo el reinado de Carlos III el corregidor lorquino Vicente Cano Altares inició una serie de mejoras en la capital y, entre ellas, adquirían especial relieve la creación del cuerpo de bomberos  y  un proyecto (fechado en 1797) para la instalación del alumbrado público de Murcia. El presupuesto se calculó en 47.000 reales que se pensaba podrían salir de los impuestos de la carne, del alquiler de algunas casas y del impuesto sobre la hierba y paja destinada a la caballería del ejército. Tal  proyecto se desarrolló felizmente y, en consecuencia, el 25 de agosto de 1799 pudo inaugurarse formalmente el alumbrado público capitalino con el encendido de 800 faroles. Se aprobó que las farolas lucieran un número determinado de horas cada jornada.

La Junta de Alumbrado que se creó para la vigilancia y mantenimiento del servicio estaba compuesta por el Corregidor, dos Regidores, el Diputado del consumo más antiguo y el Procurador síndico general. El régimen de encendido establecido contemplaba en principio 150 noches al año que pronto pasaron a ser 158. Esas noches de iluminación daban comienzo la tercera de luna llena, finalizando la sexta de luna nueva, a menos que hubiera niebla o lloviera, motivos por los que podría  prorrogarse.

Cada noche costaba 317 reales, de modo que los ocho meses de iluminación, de octubre a mayo, costaban unos 47.550 reales. Si bien los cálculos preliminares  sobre el costo del alumbrado parecían asumibles, a los pocos meses de su inauguración, aparecieron los primeros problemas económicos y hubo de reducirse  la cantidad de faroleros. Al mismo tiempo se estudió la implantación de nuevos arbitrios sobre el vino y la nieve, si bien su aplicación fue pospuesta  momentáneamente. No obstante, no pasó mucho tiempo sin  que la subida de impuestos se dejara sentir y enseguida se gravó la carne y la nieve, arbitrios que además se aumentaron en 1803.

J.P.Navarro Para 1807 el panorama económico municipal no sólo no había mejorado sino que parecía haberse agravado. A este respecto contamos con las observaciones de un testigo de excepción, Alejandro Laborde, uno de aquellos legendarios viajeros europeos que recorrieron España durante el siglo XIX  que gustaban de recoger en sus diarios  todo cuanto les llamaba la atención. Dice así: 'Murcia no tiene alumbrado, lo cual la hace peligrosa durante la noche, por las muchas revueltas y rincones de que sus calles están llenas. Hace algunos años se pusieron faroles, pero la novedad chocó al pueblo de tal modo que todos los faroles fueron rotos la primera noche a pedradas '. 

Los arbitrios sobre carne, nieve, casas, etc., no terminaban nunca de sacar a flote los presupuestos y de cubrir gastos, por eso, cuando el celador José Egea Martínez solicita un aumento de sueldo en 1833 se le dan largas y se le contesta que ya se estudiará su petición  'cuando tenga más méritos y servicios'. Así las cosas, prospera la pillería y los faroleros roban cada jornada de trabajo un poquito de aceite (apagando antes de tiempo los faroles) a fin de mejorar en lo posible un sueldo escaso  y que casi siempre reciben con retraso. Para 1835 las farolas ya habían aumentado a 946 con un consumo anual de 597 arrobas de aceite, a 25 reales de vellón por arroba (14.925 reales). No obstante, había quejas contra el arrendador del servicio por no encender 146 farolas.

Primeros intentos de iluminación por gas

El gas como combustible surge en el alumbrado público de la ciudad en 1867. Sin embargo, la primera propuesta fue  presentada  por  M.J.B. Mais, en julio de 1844, mediante carta franqueada desde Brest.

En agosto de 1846 el alcalde Salvador Marín Baldo demandó propuestas para  emprender el proyecto, pero no se conseguirá hasta agosto de 1867 con la colocación de varios candelabros para el alumbrado de gas en la Glorieta y algunas otras calles de la ciudad. Problemas técnicos, falta de regularidad en los pagos municipales y discrepancias entre los señores Servet y Nolla provocaron la venta de la empresa a Charles Lebón, a mediados de 1868.

Mientras tanto, una parte de la ciudad continuaba con otro tipo de iluminación para el alumbrado público. En 1869 era el arrendador del aceite José Campillo a quien se le abonaba, según el mes, de 278,2 a 375,4 escudos. Por su parte, el director de la fábrica de gas, Alejandro Martínez, percibía por el mismo concepto de 1.915,5 a 2.391,8 escudos, lo que indica que el gas ocupaba en la ciudad una mayor superficie de alumbrado que el aceite, al que había desplazado considerablemente en sólo ocho años.

La partida presupuestaria mensual de 1870 era de 468,4 escudos que se pagaban a José Campillo porque éste continuaba ocupándose del  alumbrado de aceite. En el mes de abril se acordó sustituir aceite por petróleo de forma parcial con objeto de mejorar el servicio. En 1872 el gas ocupaba ya una  buena parte de la iluminación de la ciudad, dividida en 20 distritos. El número de farolas en activo oscilaba entre 772 y 793.

El encendido, tal como sucedía en otras poblaciones, se iniciaba a distintas horas según la época del año. En noviembre y diciembre se iluminaba a partir de las 5,30 de la tarde, mientras que a partir de julio y agosto se hacía a las 19,30. El apagado se realizaba a las 12 de la noche en un 40% de las noches y entre las  4 y las 4,30 de la madrugada, el resto del año.