Los peligros del mar: del corsarismo a la guerra naval.

   Como es obvio, el mar representaba un cúmulo de riesgos, excluidos los naturales (tempestades, borrascas, maremotos, etc.), que era necesario tener muy en cuenta a la hora emprender el traslado de mercancías de un puerto a otro. De hecho, frente a otros espacios marítimos más pacíficos (el Báltico, por ejemplo), el Mediterráneo constituía un medio muy peligroso, donde el corsarismo y la piratería, con una larga tradición, habían arraigado entre los habitantes de sus riberas, constituyendo un lucrativo negocio para muchas ciudades portuarias, especialmente las de religión islámica.

   Si bien Cartagena tuvo cierta tradición corsaria durante la Baja Edad Media, la situación comenzó a invertirse desde mediados de la centuria siguiente cuando el peligro turco y argelino comenzó a hacer acto de presencia en nuestra costa. Los momentos más apurados coincidirán con las dos etapas de esplendor vividas por el ''gran nido de piratas y corsarios'' establecidos en Argel durante los años 1560-70 y 1580-1620. De hecho, nunca hasta entonces, se había visto el litoral murciano tan agredido por embarcaciones de procedencia islamista. Pero, aunque en la mayoría de los casos no pasó de la simple alarma, en muchos otros las incursiones causaron una importante sangría humana en agricultores, ganaderos y pescadores.

   En esta situación, Cartagena se convierte más que nunca en frontera marítima, que es preciso defender. La construcción de torres costeras de defensa, iniciada en tiempos de Carlos V y continuada por su hijo Felipe II, no será suficiente para proteger a los vecinos y al próspero comercio de la ciudad. De ahí que los vecinos, tanto de manera particular (pescadores, armadores) como institucional (las milicias urbanas), auxiliadas en algunas ocasiones por las tropas del Adelantado del reino o por las Galeras, actuaran sin escrúpulos contra toda aquella nave mora avistada por los guardas de la costa, cuya captura podía reportar interesantes ganancias a quienes la llevaban a cabo, sobre todo si entre las mercancías aprehendidas se encontraban seres humanos para esclavizar.

    Corsarios

   Remitiéndonos a los años iniciales del esplendor argelino, encontramos por primera vez constancia de actividades corsarias en el año 1567, fecha en la cual cuatro galeras comandadas por el capitán Gil de Andrade, con vecinos de Cartagena a bordo, capturan una importante presa en Calnegre. Después de esta fecha se suceden de forma intermitente diferentes noticias sobre acciones anti-corso, con diversa fortuna. En algunos casos, como en las efectuadas en 2 de junio de 1609 y 7 de enero de 1616, el botín conseguido fue bastante copioso, tanto en hombres como en mercancías: en la primera, además del bergantín que los transportaba, atraparon 16 moros y 2 cautivos cristianos; en la segunda, fue igual el número de moros capturados, aunque uno de ellos era renegado. En otras ocasiones, la acción no quedó más que en una simple cabalgada, sin otro éxito que la huida de la embarcación mora, aunque a veces, tal y como ocurrió en mayo de 1590, dejaran tras su fuga una nave de mercancías cristiana atrapada por aquellos previamente.

   La vertiente lucrativa del corsarismo llevó a algunos mercaderes y marinos cartageneros a participar con capitales y barcos en la organización de expediciones a las costas africanas. Uno de ellos fue Julián Launay, quien en 1605, por ejemplo, pagó a Claudio Forest 1.100 reales, 900 para armar la fragata Santa Ana, del cartagenero Alonso Montesinos. Otros comerciantes, como Luis de Requena y Jaime Ros, fletaron también ese año la fragata (de 8 bancos y armada) de García de Oviedo para marchar a la costa africana en corso. Con todo, lo que entendemos por corso no ejerció en Cartagena el verdadero sentido de negocio que en otras ciudades ribereñas, como Argel o Mallorca, sino que, lejos de esta función estuvo motivado por la necesidad de defenderse de las frecuentes incursiones de los piratas y corsarios musulmanes, que cautivaban parte de la población y entorpecían el tráfico mercantil de la ciudad. El corso cartagenero era especialmente un corso anticorsario o defensivo.

   También las grandes flotas de países enemigos (Inglaterra, Holanda y Francia) supusieron un peligro alternativo, sobre todo a partir del ataque de la flota inglesa a Cádiz en 1596. Pero en la mayoría de las ocasiones quedaron en simples avisos por parte de otras ciudades costeras españolas o por los guardas de la costa empleados por el Concejo para vigilancia del litoral. La mayor amenaza, sin embargo, vino de la prolongación de la guerra con Francia desde 1635, de la beligerancia de su rey Luis XIV y de los progresos de su marina en el Mediterráneo: las décadas que siguieron a 1640 fueron especialmente tensas para un puerto de Cartagena en permanente sobresalto, tan sólo interrumpidas por breves períodos de paz a lo largo del conflictivo siglo XVII.