El renacimiento de Cartagena se debió al efecto favorable de un cúmulo de factores propios y externos. En efecto, a comienzos de la Edad Moderna el principal activo de Cartagena, su excelente puerto, comenzaba despertar de su prolongado letargo, sobre todo una vez concretado el fin de la guerra de Granada y la desaparición del peligro de la frontera, al que se sumaba la expansión comercial valenciana de finales del siglo XV que arrastraba a los puertos más o menos próximos.

   Causas: comercio

    Hacia 1503, cuando la ciudad deja de ser un señorío (cf. monográfico nº 20 de Revista Cartagena histórica) y retorna a la jurisdicción del rey, ciertos sectores económicos, como la pesca, la ganadería o una modesta actividad comercial, ofrecen ya cierta consolidación a la espera de una definitiva repoblación del entorno urbano. Además, otros nuevos factores vienen a añadirse a esta situación de despegue, especialmente el descubrimiento y puesta en explotación de los alumbres de Almazarrón y Alumbres Nuevos, a los que se sumaba la cada vez más abundante salida de lana manchega y andaluza en dirección a Italia. Ambos productos atraerán la atención de mercaderes y marinos de los principales centros comerciales europeos (flamencos, ingleses, bretones, genoveses y venecianos) necesitados de estas materias primas fundamentales para la industria textil del momento.

    También la propia burguesía castellana comienza a fijarse en el puerto de Cartagena, durante mucho tiempo su único enclave importante en el Mediterráneo. Ya en las últimas décadas del siglo XV comienza a ser notoria la actividad comercial de un grupo de mercaderes burgaleses. Son importantes hombres de negocios que combinan la administración de rentas con la exportación de lana y alumbre a la que añaden la introducción de tejidos de calidad procedentes del exterior, cuyo valor aseguran en diversas operaciones entre 1489 y 1505, tal como demostró Hilario Casado. En los años siguientes serán desplazados por la burguesía toledana, en su mayoría descendiente de conversos, que retoma los negocios de la lana y el alumbre, iniciando en cierto modo la conexión económica Toledo-Cartagena-Orán, con el capitalismo hebreo como protagonista.

    Pero, sin duda, los comerciantes más destacados en la Cartagena moderna serán los genoveses. La actividad de estos mercaderes en el Sureste español es bastante precoz, remontándose a los tiempos de Alfonso X ''el Sabio''. Hubo incluso una continuidad generacional en algunas de las familias genovesas establecidas en Murcia a lo largo de la Baja Edad Media, como señala el profesor Torres Fontes, y cuya cualidad común, entre otras, es la utilización del puerto de Cartagena para sus negocios. El capitalismo genovés, en consecuencia, asoma a este siglo XVI bien consolidado, controlando parte de las actividades de exportación e importación del puerto cartagenero. 

    Cartagena, puerto franco

    Sin embargo, de poco habría servido todo ello si no hubieran confluido en un momento determinado toda una serie de factores favorables, tanto propios como externos, para iniciar el despegue definitivo. Entre los factores propios favorables hemos de destacar en primer lugar la condición de Cartagena como especie de 'puerto franco' enmascarado. Esta circunstancia no era un hecho casual, sino que, por el contrario, derivaba de una premeditada política de repoblación ejecutada por los monarcas castellanos bajomedievales con la intención de desarrollar la actividad portuaria en nuestra ciudad.

    Este trato de favor, plasmado en un buen número de privilegios, fue refrendado por los sucesivos reyes, de tal forma que ser vecino de Cartagena llevaba aparejado, entre otros efectos, la total exención del pago de almojarifazgo (aduanas), de los derechos de 'puertos secos' (con la Corona de Aragón) y, sobre todo, de las alcabalas (sobre la compra-venta de artículos), al quedar gestionadas estas últimas por el Concejo mediante encabezamiento. Los extranjeros o foráneos contaban también con importantes facilidades fiscales al no pagar almojarifazgo en Cartagena y sólo un 2 % en Murcia, además de los derechos de 'puertos secos' con Aragón por quedar Cartagena lejos de las 12 leguas que exigía la ley.

   Otros factores propios, no menos importantes, colaboraban en el diseño de un ambiente propicio para los negocios que era muy tenido en cuenta por el elemento mercantil. De forma resumida, el hecho de contar con un excelente puerto-refugio era una ventaja añadida que otorgaba seguridad al comercio por vía marítima y propiciaba, además, la función de avituallamiento de los navíos mercantes en tránsito por el Mediterráneo.

   Otro elemento decisivo fue la situación estratégica del puerto cartagenero frente a las principales rutas marítimas que unían el Mediterráneo con el Atlántico, así como su cercanía a Orán y a las costas andaluzas o su complementariedad con el vecino puerto de Alicante en el tráfico hacia Italia. De la misma manera, el comercio medieval de la lana, del pescado o la sal habían ido demostrando sobre el terreno que el camino de Cartagena constituía una de las mejores vías de comunicación del interior de Castilla con el Mediterráneo. Esta infraestructura natural será muy aprovechada por mercaderes y carreteros, multiplicando sus posibilidades al calor del desarrollo urbano de los grandes centros de consumo, como Toledo, Madrid, Granada o Sevilla.

   No podemos olvidar en esta relación a otros elementos, entre los que destacamos la abundancia en el hinterland cartagenero de algunas materias primas fundamentales para la industria europea, como el alumbre, almagre, esparto, lana, sosa y barrilla, cuya comercialización favorecía el asentamiento de importantes colonias mercantiles en nuestra ciudad o las posibilidades de negocio que ofrecían el arrendamiento de rentas y el suministro de víveres (los conocidos 'asientos') a los presidios norteafricanos o a la Proveeduría de Armadas, además de otros muchos.

    Coyuntura política

    Coinciden también otros factores externos a la hora de conformar esta nueva plaza mercantil. Uno de los destacados en este sentido sería el político. En verdad, será el fin de la guerra de Granada, y sobre todo, el cambio de orientación de la política exterior castellana, más volcada hacia Italia y norte de África, lo que provocará que los monarcas comiencen a valorar la importancia estratégica de Cartagena de cara al mundo mediterráneo. Las expediciones de Nápoles, Orán y Mazalquivir no harán sino confirmar desde fecha muy temprana el importante papel político-militar que Cartagena podía desempeñar como apéndice exterior de la Corona; papel que se reforzará en los reinados de Carlos V y Felipe II (Túnez, Argel o Lepanto). La mejor forma de capitalizar este generoso esfuerzo político será la conversión de nuestra ciudad en una importante base militar, con atraque continuo de flotas y armadas aliadas o la invernada de nuestras galeras, lo cual acabará materializándose finalmente hacia 1668 en su elección como fondeadero definitivo de las galeras de España, a expensas del Puerto de Santa María.