Los espadones

   Durante el siglo XIX los levantamientos estuvieron siempre instigados por los partidos o grupos políticos de uno u otro signo: carlistas, liberales, moderados, progresistas, demócratas, republicanos, monárquicos, federales, centralistas y para todos ellos se buscaba un militar, un 'espadón', que encabezara el movimiento y le diera con las armas la suficiente consistencia. Por lo tanto, la importancia de los militares en la época va a ser máxima. En Cartagena la influencia de lo militar' ha sido máxima desde que los Borbones la convierten en sede de uno de los tres arsenales navales ya que la presencia de tropa y oficiales de todos los cuerpos era numerosísima y le daba un carácter especial a toda manifestación ciudadana, fuese del tipo que fuese.

   Intervenciones de los gobernadores militares

   Cuando estalla el movimiento en Madrid, estaba al mando de la plaza y provincia, como gobernador militar, el mariscal de campo Miguel Senosiaín y Ochotorena. Había sido destinado a la ciudad el 25 de mayo de 1844 con el encargo de poner orden definitivamente en una de las ciudades que más se había distinguido en el levantamiento del año 44 a favor de Espartero.

   Por eso, cuando llegan las noticias del enfrentamiento de Vicálvaro y de los posteriores sucesos, con las primeras alteraciones del orden en Cartagena, al general Senosiaín (hombre duro, poco dado a progresismos, ayacucho forjado en Chile -Valdivia, Talcahuano- donde pasa nueve años, que después es destinado al Norte contra los carlistas, que ha recibido numerosas heridas de guerra) no le tiembla el pulso para reprimir a los revoltosos, crear y presidir la Junta de Gobierno y, previniendo que las barricadas de Madrid animarían a los progresistas de Cartagena, declarar el estado de sitio, publicando un bando en el que se advierte secamente del nuevo estado de cosas y del mantenimiento de orden público.

   El estado de sitio impuesto el día 19 ha de levantarse al día siguiente porque ya los acontecimientos se han precipitado en la capital del reino; además se ve obligado a devolver el armamento a la Milicia Nacional. El día 27 ha de entregar al mando al general Ruiz una vez presentado en la plaza. Rápidamente, el general mariscal de campo Francisco de Paula Ruiz releva en el mando del gobierno militar de la plaza y provincia a Senosiaín. Este cambio fue muy bien acogido por la población, debido a que era un cartagenero muy considerado por haber participado ya en 1844 en la rebelión a favor de la causa de Espartero y dirigir con acierto la defensa de la ciudad. Sabido ya con certeza que Espartero y  O'Donnell habían entrado en Madrid, asiste con el resto de autoridades a las manifestaciones de júbilo del vecindario. Le toca disolver la Junta de Gobierno y traspasar sus funciones a una Junta Provincial, que continuará auxiliando a las autoridades provinciales de manera consultiva, según Real Decreto de 1 de agosto.

   El 4 de julio de 1855 cesa en su puesto al ser nombrado gobernador militar de Cádiz. Le sustituye con fecha del mismo día el mariscal de campo José María Puig y Sánchez, al cual le toca enfrentarse a la nueva caída de Espartero y su sustitución por O'Donnell, que en Cartagena provoca disturbios y el decidido apoyo del Ayuntamiento al duque de la Victoria. El Consistorio, auxiliado por la fuerza de la Milicia Nacional, se niega a publicar la ley marcial ordenada por el Gobierno, pero desde el día 17 las noticias de la capital dan por concluida la rebelión popular. El Ayuntamiento de Cartagena es de los pocos que resiste y el general Puig decide crear una Comisión Militar que se haga cargo del orden, exigiendo al Consistorio que no se reúna a la Milicia Nacional y que se retiren las guardias que ésta ejerce en el edificio municipal.

   El general gobernador sufre un empeoramiento en su grave estado de salud y cede el mando interinamente al coronel Juan de Terán y Américo, que se hace cargo de la situación de manera drástica, exigiendo la entrega de las armas de la Milicia Nacional, desarme que finalizó el día 24 de julio sin ningún incidente, depositándose las armas en el Parque de Artillería y en el Ayuntamiento. El día 26, siguiendo las órdenes recibidas de Madrid, releva al Ayuntamiento en venganza por su actitud favorable a Espartero y lo hace de una forma despreciable por lo despótica y humillante hacia los salientes, cuya mayor falta era ser progresistas. El coronel Juan de Terán fue sustituido en el cargo al día siguiente, 27 de julio de 1856, por el brigadier José Hidalgo de Cisneros. Muy apreciado por el vecindario, contribuyó a rebajar sensiblemente la tensión por su actitud conciliadora.

   Se puede observar cómo a lo largo de este breve periodo la importancia de la posición y actitud que tengan los gobernadores militares de Cartagena es clave para los sucesos de cada momento. Alguien podría pensar que se trata de un puro intervensionismo militar en asuntos políticos, pero yo creo que, muy al contrario, es la actitud siempre levantisca de los vecinos de Cartagena, en el sentido de defender ideas progresistas-liberales, democráticas más tarde -ideas revolucionarias en suma- la que lleva al general de turno a tener que optar por la intervención, ya sea por voluntad propia, por órdenes de Madrid o porque los acontecimientos le sobrepasaban. En cualquier caso, la influencia militar en la ciudad y de los vecinos en los militares, al menos en este caso, es innegable.   

   La Armada

   En cuanto a la actitud de la Armada en los sucesos de este Bienio, no tuvo mayor relevancia. La marinería destinada en el Arsenal no tomó partido alguno, ni los comandantes generales del Departamento. Los jefes de escuadra José María Halcón Mendoza (marqués de San Gil), en 1854, y Joaquín Bocalán y Vázquez, en 1855, y de nuevo José María Halcón, en 1856, se limitaron a conservar el orden en los barcos y en el Arsenal y a esperar acontecimientos, por lo que no intervinieron.

    La Milicia Nacional

   Desde la Edad Media existieron diferentes modelos de grupos armados. Estas estructuras evolucionaron y se conservaron de forma más o menos lánguida hasta que en el siglo XIX, con la revolución burguesa, aparece en casi toda Europa la Milicia Nacional. Su objetivo inmediato era destruir las relaciones de producción feudal y proteger la nueva propiedad; se organizó de modo local. En cada rincón de la geografía señorial importaba implantar el correspondiente grupo social burgués y esto se lograba tomando los ayuntamientos y organizando la Milicia, la fuerza armada, que no en balde dependía directamente de los alcaldes .

   El día 24 de julio de 1854, nada más triunfar la revolución en Cartagena, se propone la organización y rearme de la Milicia Nacional con una compañía de Artillería y otra de Caballería. El Ayuntamiento así lo acuerda y propone que se verifique a la mayor brevedad la elección de oficiales y la provisión de armamento. Pero ya desde el primer momento se ve cómo la desconfianza entre Milicia y Ejército es manifiesta, incluso estando al frente de las fuerzas militares en Cartagena un progresista contrastado como el general Francisco Ruiz, el cual se niega repetidas veces a facilitar los ''ciento cincuenta fusiles que se le reclaman por el Ayuntamiento para armar el batallón de Milicia Nacional''. Así las cosas, era casi siempre el mismo Ayuntamiento con sus escasos recursos el que tenía que hacer frente al equipamiento de uniformes, correajes, pólvoras, munición, machetes, fusiles, artillería. En fin, todo lo que supone un cuerpo armado sea o no profesional.

   Escasos recursos

   De esta forma, la milicia en Cartagena, y deduzco que en toda España, siempre estuvo mal equipada, mal preparada y generalmente mal dirigida, por lo que, a pesar de sus actos heroicos en los momentos revolucionarios, fue una y otra vez derrotada y destrozada. Esta desconfianza de los militares hacia la Milicia será permanente en el periodo que nos ocupa y así se manifiesta en varias ocasiones más en las que el gobernador militar, ya sea por su cuenta o excusándose en instrucciones del Capitán General, se niega a facilitar armas o munición a los milicianos. También surgieron roces y conflictos con la Guardia Civil, su rival; tantos, que incluso se promulgó un real decreto para regular las armas que habrían de llevar los milicianos fuera de su distrito -siempre en forma coercitiva hacia éstos- para evitar confusiones con el instituto armado.   

   Esta situación precaria en armamento y equipo de todas clases, el continuo bloqueo por parte del alto mando militar, la pérdida de terreno en favor de la Guardia Civil, y ver cómo en Madrid se atascaban las Constituyentes, se reafirmaba Isabel II en el trono y se detenía la revolución poco a poco, llevaron sin duda a que en muchos milicianos cundiera el desánimo y la pérdida de objetivos. Así se puede explicar cómo ya desde febrero de 1855, seis meses después del alzamiento, comience un continuo goteo de solicitudes de baja en la Milicia, bajas que casi siempre son pedidas por los miembros de procedencia más humilde, menos pudiente, es decir, los que seguramente esperaban más, los que quizás empezaban a apartarse de las ideas liberales y se aproximaban ya a las demócratas. El caso es que hasta el final del bienio no cesarán de cursarse peticiones de baja, que demuestran la desilusión de los elementos más avanzados social y políticamente del progresismo en Cartagena.

   Actividades

   El ayuntamiento continuó con las tareas normales respecto a la Milicia, así se acuerda que los días 18, 20 y 22 de septiembre de 1855 se proceda a la elección de oficiales en las salas consistoriales. Este cuerpo participaría en diversas funciones públicas, como la entrega de dos banderas, con la parafernalia y boato típicos en estos actos o el recibimiento a los duques de Montpansier cuando iban a embarcar rumbo a Italia, pero también es agradecida su ayuda en actos como la extinción de un incendio en el callejón de Bretau o la lucha contra las epidemias de cólera morbo. Por unos y otros motivos era un cuerpo arraigado y querido en la ciudad.

   En julio del 56 comienzan los disturbios en Madrid y el gobernador militar de Cartagena toma precauciones temeroso de que, como en otras ocasiones, la Milicia de la ciudad tome la iniciativa y arrastre a la tropa. Cuando ya es un hecho que O'Donnell sustituye a Espartero, ordena que la Milicia no se concentre y que el Ayuntamiento, muy belicoso con el nuevo orden, retire las guardias de milicianos. En pocos días, del 17 al 24 de julio, los milicianos entregan sus armas a sus capitanes y al Ayuntamiento pero no al ejército. Se producía así el tercer desarme de la milicia en el siglo (años 1823, 1844 y 1856), pero ahora sin derramamiento de sangre; se reservaba éste y toda la frustración acumulada para la revuelta cantonal.