Situada en un entorno geográfico que estratégicamente es privilegiado, Cartagena cuenta sin embargo con un problema que en esa época era difícilmente solucionable, me refiero al abastecimiento de aguas potables, 'aguas delgadas' como se les llamaba en ese momento. A ese menester dedicarán parte de sus esfuerzos los ayuntamientos de la época. Desde varios años antes del periodo que nos ocupa, se venía produciendo una sequía que afectaba no sólo a la agricultura de secano y extensiva, sino que también ayudaba a la extensión de las temidas epidemias de cólera morbo y paludismo. 

   La sociedad cartagenera era fundamentalmente de obreros, integrados en una protoindustria incipiente (colorantes, explosivos, minas y astilleros) pero muy activa, como después se demostrará. También de una buena cantidad de personas dedicadas a la agricultura en los campos cercanos a la ciudad y que venden sus productos en ella. Por encima, una elite de burgueses dedicados fundamentalmente a la minería y al comercio, sin olvidar a médicos y abogados. Todos ellos controlan siempre desde uno u otro partido, moderado o progresista, el Ayuntamiento, con la aparición esporádica de miembros de la aristocracia o militares.

   La actuación de los militares era, en ocasiones, fundamental para el desenvolvimiento futuro de las asonadas y revueltas, de ahí que el cariz político de estos jefes hacía que fueran mirados con más o menos simpatía por los ciudadanos. La ciudad no terminó de despegar, debido a todos los acontecimientos y que ya, a mediados de siglo, había acumulado suficientes percances. Pero no era suficiente, y aunque con más timidez que en otras ocasiones pasadas y venideras, también en 1854 los cartageneros se sumaron a la nueva Revolución Liberal.