Aunque la ciudad y su hinterland habían crecido notablemente al calor de las inversiones estatales, en los últimos años del siglo XVIII comienzan a vislumbrarse algunos signos preocupantes que bosquejaban cierto retroceso.

    Si bien el esfuerzo de la Monarquía con Cartagena fue generoso y constante, creó sin embargo una dependencia demasiado acusada con respecto al Estado, de forma que cuando se produzca la quiebra de éste con el desenlace de la Guerra de Independencia, la emancipación de las colonias americanas y el inicio de las revoluciones liberales, el vaso comunicante establecido cederá, no por desvinculación de las partes, sino por el agotamiento económico de aquel, lo que hará imposible el mantenimiento de la política naval establecida por los primeros borbones.

    Primeros indicios

    Ya en la última década del XVIII aparecen malos augurios en determinados frentes. Por lo pronto, la nefasta derrota de cabo San Vicente frente a los ingleses en 1796 había destruido importantes unidades de la flota española, que obviamente dejan de repararse y avituallarse en nuestro Arsenal. La alianza militar con la Francia republicana y el reinicio de la guerra con Inglaterra lejos de avivar la política naval española la paraliza.

    En nuestro caso lo más preocupante fue que se frenó de forma brusca la construcción en el astillero, sobre todo de grandes embarcaciones (sólo se fabricaron a partir de 1795 pequeños barcos, tipo goleta, falucho o lancha cañonera). De hecho, la Secretaría de Marina ya había reducido en 1803 el gasto en Cartagena a la tercera parte del que le adjudicaba anualmente a fines del siglo XVIII.

    También en el plano comercial la inestabilidad provocada por las guerras napoleónicas comienza a hacer mella en el tráfico portuario cartagenero, hasta tal punto que el número de embarcaciones extranjeras registradas en 1798-99 se reduce a un tercio de lo que había sido siete años antes e incluso los barcos nacionales experimentan un grave retroceso de más de un 65 % con respecto a 1791.

    Epidemias

    El cambio de siglo no fue mucho mejor, puesto que en 1804 se produce una terrible epidemia de fiebre amarilla con una virulencia inusitada (que recuerda a las de peste), pues fallecieron unas 8.800 personas en poco más de tres meses. La enfermedad afectó al 57,6 % de la población, muriendo a consecuencia de ella más de la cuarta parte de los efectivos humanos existentes en la ciudad. Por el contrario, el campo de Cartagena salvará mejor la situación y el impacto de la epidemia será bastante menor (TORRES, R., 1990, 149-50).

    Estas imágenes de muerte se repetirán en 1811 y 1812 con nuevos rebrotes de la fiebre amarilla, combinada con otras enfermedades como el tabardillo y las tercianas. Además, en estos últimos casos la epidemia se extenderá con igual fuerza a los pueblos y aldeas del campo de Cartagena.

    Guerra

    En este ambiente tan funesto es preciso insertar el contexto de la Guerra de la Independencia en España (1808-1814), que generalizó el clima de guerra en todo el país, agudizó la crisis económica y social, y creó una inestabilidad política desconocida hasta entonces. Previamente se había producido el desastre de Trafalgar (1805), que finiquitó definitivamente la política naval española y el esfuerzo constructivo de los primeros borbones.

    Cartagena, que se había acostumbrado a vivir bajo el paraguas del Estado, será una de las ciudades españolas peor paradas. En este sentido, la entrada en el agitado siglo XIX se produce en medio de un auténtico mar de incertidumbres y con unas perspectivas nada halagüeñas.