Felipe González Marín

Mariángeles Gómez Ródenas


 

La actividad sedera en el siglo XIX 

 

A principios del siglo XIX, la situación de la actividad sedera era muy similar a la de años anteriores. Murcia ocupaba el tercer puesto de todas las regiones sederas españolas, tras Valencia y Andalucía, y muy por delante de Castilla, Aragón o Cataluña. Pero las guerras napoleónicas supusieron un fuerte impacto para la exportación de sedas murcianas, debido a la falta de demanda del mercado francés. Además, las producciones sederas de la Lombardía y la Provenza francesa, habían alcanzado un alto nivel a lo largo de todo el siglo XVIII, lo que también repercutió de forma negativa en las sedas de origen peninsular.

El descenso de las exportaciones fue decisivo y muchos morerales de la Península fueron arrancados, quedando reducida la producción de seda a Murcia, Valencia y, en menor medida, a Granada.

La Real Orden de 1 de abril de 1842 ordenaba que se hiciera un informe sobre el estado de la industria en Murcia, y don José Echegaray, catedrático de Agricultura en el Instituto Provincial, afirmaba en el mismo que no se estaban produciendo en la región los avances técnicos necesarios para conseguir la perfección y la calidad alcanzadas en otros países.

El único gremio artesanal que había perdurado era el de los hiladores, aunque arrastraba una profunda crisis, desde que, a partir de 1770, se habían instalado en Murcia las grandes fábricas de hilar seda a la Piamontesa y a la Tolonesa. Los oficios artesanales de la seda, habían acabado por desaparecer y conforme avanzaba el siglo, la industria se había ido reduciendo a la producción de capullo para su exportación a Valencia y a Lyon.

El industrial valenciano, Santiago Luis Dupuy, en su libro Apuntes sobre la industria de la seda y cría del gusano que la produce, animaba a los productores a adoptar nuevas tecnologías, como la máquina a vapor que él mismo comercializaba (Olivares, 1986, p. 284).