A partir de la presencia efectiva de los castellanos en el Sureste y de la incorporación de Murcia a la Corona de Castilla (1230-1245) todo se transformó. Más allá de las nuevas tramas de control político y tributario sobre las poblaciones conquistadas, tres procesos paralelos tuvieron un impacto decisivo sobre el trabajo de la seda.

En primer lugar, la huida de las poblaciones nativas andalusíes o, en su defecto, su reducción o, en contadas ocasiones, su asimilación efectiva. En segundo lugar, el establecimiento de los pobladores cristianos en asentamientos nuevos (a excepción de los grandes núcleos urbanos), en el marco de un proceso inmigratorio que fue en Murcia mucho más lento y difícil que en otros espacios próximos, como el sur valenciano. En tercer lugar, la puesta en práctica de nuevas estrategias productivas, que supusieron una ruptura con la gestión andalusí del espacio rural y periurbano y el establecimiento de nuevos órdenes agrarios.

El cambio que imponía la nueva Murcia castellana provocó la crisis de la producción y manufactura de la seda en Murcia. No se aprovechó la infraestructura sericícola andalusí y tampoco se sustituyó por una nueva. El libro del repartimiento de Murcia apenas incluye «una sedera » (una mujer llamada Alamanda, en la huerta de Cotillas) entre los más de 300 repobladores que aparecen registrados con oficios artesanales específicos entre 1266 y 1272 formando parte de la nueva menestralía cristiana (Martínez, 2000, p. 23).

Sin embargo, si bien la impronta ganadera de la nueva sociedad impulsó el crecimiento especializado de los oficios relacionados con la lana y el cuero, todo parece indicar que se prosiguió con la producción sedera, tal y como sucedió con otros trabajos textiles. Se trataba de una producción de poca calidad que no debía satisfacer a la demanda comercial externa. La oferta se centraba en la seda en bruto, tal y como recoge un documento de agosto de 1313 que fijaba las tarifas que los corredores de comercio podían cobrar por su intermediación en la compraventa de algunos productos (Torres Fontes, 1977, p. 33), entre los que se incluyen cinco tipos de seda de baja calidad:

«De cada libra de seda fina, de cada una de las partes… dos dineros.

De cada libra de azache, de cada una de las partes ... un dinero.

De cada libra de parval, de cada una de las partes ... medio dinero.

De cada libra de machapa, de cada una de las partes… medio dinero.

De cada libra de cadarzo, de cada una de las partes ... medio dinero.

De cada libra de filadiz, de cada una de las partes ... medio dinero»

Los artículos de baja calidad, no exportables, eran, al parecer, los más demandados. Cuando se necesitaba seda de buena calidad para la fabricación de un tejido importante, se recurría a los mercaderes italianos, tal y como atestiguan algunos contratos bajomedievales murcianos (Torres Fontes, 1977, p. 35). En ese contexto, los genoveses fueron un decisivo elemento dinamizador de la protoindustria textil murciana, a pesar de que su tendencia a exportar materias de consumo general e importar productos de lujo ha sido ampliamente criticada.

Así, aunque las difíciles condiciones generales de la segunda mitad del siglo XIV, plasmadas en la ralentización de la economía murciana, lastrarían el desarrollo de la actividad sérica, no por ello debemos concluir que era inexistente. Sabemos que en 1374 en el comercio interior se pagaba alcabala por la compraventa de seda, si bien la escasez y mala calidad debían ser las características predominantes (Martínez, 2009, p. 215). Es posible que en el contexto urbano se mantuviese la tradición local de la antigua sedería andalusí, conservada de padres a hijos por artesanos judíos que mantenían una oferta constante de productos hasta los inicios de la Edad Moderna, tal y como sucedió en Valencia (Navarro, 2004, p. 23). Junto a la actividad regulada por el concejo, suponemos que se mantendría un tipo de producción doméstica y rural, vinculada a la población campesina mudéjar, en el marco de una economía complementaria a la propia agricultura. Estas ideas, que no ha podido ser confirmadas por la arqueología, han llevado a afirmar que “el único centro castellano productor de seda durante los siglos XIV y XV fue Murcia” (Córdoba de la Llave, 2002, p. 251). Apenas una referencia de un pleito del obispo con algunos vecinos de Lorca por el pago del diezmo de la seda a mediados del siglo XIV y una mención, en 1418, a las ventajas fiscales concedidas a «Alonso González de Granada, sedero» (Torres Fontes, 1977, pp. 33-34) permiten sustentar esta afirmación.