El Renacimiento lo había protagonizado la vuelta a la norma clásica tamizada por un pensamiento neoplatónico que en el caso español quedaría condicionado por una realidad política y religiosa muy distinta a la europea. El barroco, momento en el que las economías aumentaban sus ámbitos comerciales y las monarquías su poder autoritario, necesitaba de escenarios. Los escenarios del barroco son principalmente las ciudades y el trazado urbano debería aliarse con la arquitectura para disponer de espacio escénico.

La ciudad de Murcia vivió la reedificación de casi todos sus templos entre los siglos XVII y XVIII, desde los conjuntos monásticos como San Miguel o Santa Eulalia hasta Santa Ana o San Juan de Dios. Con diferencias sutiles en las formas de cúpulas o fachadas, con remodelaciones de etapas neoclásicas, con diferencia en el color del vidriado de tejas o con interiores más o menos elaborados, las iglesias murcianas barrocas desarrollaron unas plantas y volúmenes muy similares entre sí. Los templos de cruz latina en dos niveles de altura, la separación en planta de tres naves, principal y laterales con capillas, y el protagonismo del crucero, con amplias cúpulas, formaron parte del modelo barroco murciano por excelencia. La prosperidad económica del territorio murciano en este momento unido a la realidad contrarreformista fomentó la rehabilitación de iglesias y parroquias, además de edificaciones de gran calado como el Palacio Episcopal de Murcia.

El barroco murciano, en sus templos eclesiales responde al seguimiento de modelos como los del manual de fray Lorenzo de San Nicolás. La planta de cruz latina respondía a las necesidades de los templos y permitía una construcción enteramente barroca. Tras la Contrarreforma,la Iglesia Católica española se sumó al interés por hacer de los templos ámbitos de culto y devoción que remarcaran las diferencias entre catolicismo y protestantismo. La planta conocida como jesuítica, por el templo romano de Il Gesú, sería el modelo a imitar, y no solo planta sino también los ornamentos de su fachada principal. La adoración al Santísimo, la misa dominical, la devoción a los santos, el Bautismo y el sacramento de la Confesión eran vértices imprescindibles que distinguían al católico, poniendo especial énfasis en la celebración eucarística comunitaria.

La construcción solía utilizar el ladrillo con mortero, detalle que en las rehabilitaciones ha quedado casi como marca estilística principal. La ciudad de Murcia tiene todo un muestrario de barroco eclesiástico, desde las plantas centralizadas de San Juan de Dios a la Iglesia de Jesús o las disposiciones en cruz latina cuyas fachadas marcan la personalización de cada templo, como Las Agustinas, San Nicolás o San Andrés, hasta las más tardías, del siglo XVIII como las de El Carmen  o Santa Eulalia.

Pilastras adosadas de órdenes clásicos, molduras y entablamentos y las balaustradas en los vanos de las segundas plantas eran los recursos decorativos, casi estructurales, de los interiores. Muchas de estas iglesias estarían asociadas a órdenes religiosas por lo que es frecuente que en las plantas superiores se observen las clásicas celosías de madera que permitían a la comunidad monástica seguir liturgias y oficios conservando la discreción de sus votos de clausura.

 

Los pueblos de Murcia que vieron sus iglesias reedificadas o replanteadas durante los años barrocos no vivieron este desarrollo de los conceptos arquitectónicos de igual manera que en la ciudad capitalina. La planta de cruz latina sería el modelo básico, pero sus portadas, fachadas, torres y cúpulas marcarían la diferencia al exterior, especialmente los campanarios. Iglesias como San Bartolomé de Beniel, San José de Abanilla, la Asunción de Cieza o Nuestra Señora del Rosario en Bullas, son iglesias barrocas del XVIII con propuestas muy similares, con portadas muy sencillas y clásicas, con pocos recursos del barroco más innovador. Los campanarios, algunos reedificados en siglos posteriores, pasan a ser el elemento de distinción, optando muchas veces por las plantas poligonales.

La arquitectura civil, que sería producto de los réditos que muchas de las familias más prosperas de Murcia fueron obteniendo en estos siglos, nos dan todo un catálogo de casas nobiliarias y palacetes a lo largo y ancho de la Región. Edificios que llaman la atención por su ornamentación y tamaño, en algunos casos hasta parajes que hoy día se encuentran fuera de los ámbitos más poblados, enseñan ejemplos de la arquitectura civil barroca.

El palacio de los Fajardo en Cehegín, el de Llamas en Ricote, el de los Condes de San Julián y el de Guevara en Lorca, el de Cabrera en Abanilla, la Casa de Alarcos en Yecla o el de los Marqueses de los Vélez en Mula, ejemplos de construcciones civiles con muy distintos enfoques y acabados. De los ejemplos sencillos y de líneas rectas tuteladas por los modelos herrerianos, se pasa a las fachadas ampliamente decoradas, a los frontis con columnas y abundante parafernalia nobiliaria. En definitiva, de la austeridad del primer barroco se pasa a la abundancia de elementos pero concentrada en ocasiones en los espacios de portada.