No podemos olvidar tampoco, dados los ejemplos existentes en Murcia, el arte funerario de Roma. Si la vida cotidiana del ciudadano del imperio estaba marcada por la interpretación iconográfica y visual de acontecimientos rituales, escénicos y de tributo al emperador, la muerte, aunque en este caso solo para los ciudadanos más notables, estaba también regida por unas características estéticas que Roma implementó.

     Las cenizas del ciudadano destacado podían ser depositadas en columbarios o en monumentos hechos, muchas veces en las vías de los caminos, para tal efecto. Este es el caso del monumento conocido como Torre Ciega, donde podrían haber quedado los restos del procónsul Tito Didio, a finales del siglo I. En el caso de los monumentos funerarios o panteones es curiosa la gran variedad de estructuras y volúmenes existentes. Si en los edificios públicos las estructuras guardan cierta semejanza, estos monumentos podían ofrecer las más variadas formas y decoraciones, el ámbito de lo privado entraba aquí en juego, como en la retratística.

     La catedral de Murcia expone en su museo dos bellos e interesantes ejemplos de arte funerario, dos sarcófagos que fueron lugar de enterramiento en el siglo XVI de Gil Rodríguez de Junterón y del doctor Alonso de Guevara, el de este último conocido como Sarcófago de las Musas y Filósofos. Se trata de arcas funerarias del siglo III de nuestra era, probablemente importadas desde Italia como objetos de gran valor por su antigüedad y capricho de los finados. Aunque ambos sepulcros tienen adendas posteriores a su fábrica, como escudos y leyendas epigráficas de los enterrados, muestran claramente una serie iconográfica dedicada a las nueve musas de la mitología romana, diosas inspiradoras de las distintas artes y ciencias.

     Si bien fue la incineración el proceso más utilizado en la Roma antigua para dar sepultura a los cuerpos, a través de columbarios etc., la inhumación de los cuerpos era considerada también y en el siglo III pasó a ser la forma habitual de sepultura. Fue el momento en el que tomó cuerpo la fábrica de sarcófagos, de piedra en su tipología más rica. Las urnas cuadrangulares se tallaban en sus frontales y lados expuestos con alto relieves que en algunas ocasiones brillaban por su detallismo.

     En el caso de los dos sarcófagos romanos de Murcia sabemos, por su tipología, que pertenecen al siglo III d. C. No nos encontramos ante secuencias narrativas sino ante la representación con figuras y símbolos de las nueve musas y, en el caso del sarcófago de Alonso de Guevara, una serie de pensadores que han sido identificados con personajes históricos como Homero, Sócrates o Pitágoras. Las musas portan algunos de sus atributos, como los pergaminos o las máscaras y los pensadores quedan al fondo, en un segundo plano.

     Surge la pregunta ¿qué tienen que ver las musas con los rituales funerarios? Debemos atender al hecho de que en el complejo mundo ritual y mitológico de la antigua Roma, tras la muerte el alma del finado puede gozar de una trascendencia, de un nuevo estado, de una inmortalidad que, desde los conceptos neoplatónicos y neopitagóricos extendidos precisamente a lo largo del siglo III, está asociada a la vida intelectual del fallecido. De aquí que las musas pasen a convertirse en una iconografía popular en los sarcófagos, puesto que aquellos cuya vida hubiera estado unida de alguna manera a las artes o a la filosofía y ciencia desearían que su trascendencia espiritual fuera en compañía de musas y espíritus sapienciales.

Sacra Cantero Mancebo