Las torres, en la arquitectura militar, eran un elemento imprescindible para el flanqueo de las murallas antes de la aparición de la pólvora. Las torres solían tener varios pisos practicables levantados sobre otro macizado, y su terraza estaba almenada para proteger mejor al soldado de las armas arrojadizas.

Cuando la torre, en una fortaleza, aparece construida de mayor tamaño que el resto y exenta del recinto amurallado, se puede convertir en una torre del homenaje. Ésta se constituía como un símbolo de poder sobre todo el espacio al que dominaba desde las alturas, y era el último bastión donde resistir un ataque.

Con la aparición de la artillería, las torres desaparecieron de la muralla, transformándose en baluartes. Pero su arquitectura se adaptó bien a la acción de la pólvora en emplazamientos exentos en la costa, donde la acción de su cañón disuadía del desembarco enemigo en algún punto concreto.