Autorretrato con gorro de montañero. Acuarela.
Autorretrato con gorro de montañero. Acuarela.
El escritor Castillo Puche. Oleo. Autor: Falgas
El escritor Castillo Puche. Oleo. Autor: Falgas

Una vida marcada por una clara vocación al arte

José María Falgas nació en la calle de San Antonio, en el barrio popular de Santa Eulalia en el verano de 1929.

Falgas supo desde siempre de su vocación por la pintura. Ya desde muy pequeño sintió atracción por los lápices de colores y con tal sólo siete años hizo sus primeros dibujos.  Y con diez años empieza sus primeras composiciones entre las que destacan, por ejemplo, escenas de guerra, en las que ya demuestra una gran habilidad.

Mi memoria alcanza a los años en que usaba el lápiz como entretenimiento para dibujar escenas de guerra. Era el ambiente que llegaba hasta mí, simplemente porque estaba presente en mi vida familiar, en la calle,
mi casa (...).

Me apasionaba reproducir fielmente estas escenas, con la precisión del más mínimo detalle. No me importaba el tiempo ni notaba cansancio

Al terminar la guerra entra en el colegio de los Maristas. Le apasiona la lectura de los clásicos en los que encuentra paisajes exóticos. Poco después en una excursión a la montaña realizada con los compañeros del colegio descubre una pasión por la naturaleza y el paisaje, que le acompañará el resto de su vida.

Entre sus profesores, Adolfo Muñoz Alonso ocupa un lugar importante en la vida de Falgas. El que fuera profesor de filosofía,  indujo, además del estudio, al ejercicio de la tenacidad y orientó al pintor en sus primeros pasos.

Años después -y tras su paso por los hermanos Maristas- gracias a una beca del Ayuntamiento de Murcia ingresaría en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Su periplo no había hecho más que comenzar. Años después seguirían Roma, Florencia, Milán, París, Londres... 

Pero eso vendría después. Con tan sólo 17 años y terminado el bachillerato se le planteó el dilema de elegir camino y encuentra en sus padres el apoyo para ser pintor, lo que le llevaría en 1948 hasta la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid.

A lo largo de los años previos a su estancia en Madrid entraría en contacto con la Sociedad de Amigos del País en Murcia. En esta sociedad artística con tradición -en la que Salzillo fue profesor- recibe clases de la mano de Sánchez Picazo. Asimismo, Falgas encuentra en Luis Garay otro pintor que le anima y orienta al entonces aprendiz. Es en esa época en la que también cosecha  la amistad de otro de los grandes de la pintura murciana: Antonio Gómez Cano, maestro por el que mantendrá una clara predilección con respecto al resto de pintores murcianos y que le servirá como referente. 

Tan sólo unos años antes había empezado a experimentar con el óleo y la acuarela. Toda esa experiencia previa fructificaría en la Escuela de Bellas Artes. Sería en el Madrid bohemio de los años 50 en el que pasaría unos años decisivos, de contacto con la vida, de sumar experiencias enriquecedoras que poco después darían su fruto en su obra. También sería allí donde realizaría su primera exposición y donde tendría sus primeros profesores, como Vázquez Díaz, Stolz o Martínez Vázquez. Su aterrizaje en una pensión de Madrid en la calle de El Carmen no pudo ser mejor. Desde el primer momento empezó a vender cuadros, lo que le permite vivir por sus propios medios. Es en ese Madrid alegre en el que Falgas vive intensamente, aunque bajo la austeridad que caracteriza su persona.

      Mis recuerdos de la Academia de San Fernando terminan siempre con la misma reflexión. No supe integrarme en aquel ambiente. Faltaba con frecuencia a clase. Andaba distraído en ese reclamo de la gran ciudad con noches interminables. Aquella educación recibida en el Colegio había fracasado en el primer choque con  la vida. Perdí un curso por falta de asistencia y como consecuencia perdí mi beca. Pero tuve suerte encontrándome con la comprensión de don Julio Moisés, director de la Academia de San Fernando, y la buena disposición del Ayuntamiento de Murcia, que me renovó la beca. (...) Encajé la lección y reformé mi conducta (...).

A partir de los años 50, Falgas se encuentra ya en una etapa avanzada de su experiencia de aprendizaje, viviendo esa vida de artista que había elegido con tan sólo 17 años, fruto de una clara vocación que le acompañará el resto de su carrera artística. Lejos queda ese muchacho tímido. Toma plena conciencia de su libertad y de un camino que quiere andar. Comienza entonces su viaje por las tierras de España. Tiempo después Falgas- un pintor ya formado, con experiencia y una sensibilidad más rica- regresa a Madrid, aunque por poco tiempo, ya que su siguiente destino vital será Italia, al que le seguirá Londres, donde pinta acuarelas y estudia a sus maestros. Volverá a Yecla y de ahí a la que será su refugio de El Escorial y en donde pasará una de las etapas más intentas de su trayectoria profesional.

Pero su estilo con el paso de los años no se acomoda y aunque muy definido va cambiando. Así, por ejemplo, fragmenta un paisaje en llamas hasta convertirlo en manchas rocosas y azules, de gruesas texturas como hasta ahora no había empleado, con sugerencias casi informalistas.

Una vida de trabajo constante enmarcado en una clara vocación de artista y, concretamente, de pintor.  Sus paisajes se irían enriqueciendo con nuevos escenarios, no sólo con rincones murcianos, sino de muchas de las capitales europeas, lo que le llevaría también a distintas exposiciones en París, Lisboa, etc...

En 1994 Falgas recibió una distinción de la Academia de las Artes de París, lo que supuso una de las mayores satisfacciones en su carrera artística.

Dos años después, llegaría a Murcia con una retrospectiva de su pintura en el Palacio del Almudí, una muestra que recogió su visión del mundo y que mostró una absoluta fidelidad en la evolución de su pintura. De manera paralela otra muestra suya se presentaba en Trípoli. Su éxito profesional era reconocido tanto en su tierra como fuera de ella. Mientras, su evolución cada vez era más evidente, fruto de una madurez, aunque también consecuencia de la sensibilidad y de la mayor o menor riqueza del entorno.

Falgas no es un pintor de estudio y caballete fijo, sino un pintor inquieto, aventurero, viajero incansable. París, Libia, Rusia, Egipto, Marruecos... Y, especialmente, el desierto, un paisaje que es una vocación, una llamada irresistible.

Así, los últimos años de la trayectoria de este pintor murciano han pasado entre paisajes distintos, paisajes del silencio ?como el afirma-, y encuentros con lo infinito. Porque, tal y como queda recogido en uno de sus poemas, es un heredero de la cultura mediterránea. Hombre del Sur, hijo del sol... de la filosofía del vivir a la luz. Pero su aventura sahariana no es la última. La búsqueda de otros horizontes enriquece una obra prolija con la que todavía Falgas tiene mucho que decir.