ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN

Este grupo escultórico data de 1950 y representa el momento evangélico en el que, al hacer su entrada en Jerusalén, Jesús es aclamado por la multitud que enarbola palmas y olivos y tiende mantos a su paso en el suelo. Está compuesto por cinco figuras talladas en madera y policromadas, con estofas en los ropajes.

La figura central presenta a un Jesús solemne, majestuoso y sereno, montado sobre un asno y vestido con una túnica sencilla. Una mano sujeta la brida del animal con suavidad y la otra se levanta en actitud de bendición. Los pies caen desnudos a ambos lados de la cabalgadura.
Tras él caminan dos discípulos, Santiago y Juan, enfrascados en una conversación en la que el rostro joven de Juan parece manifestar su alegría y emoción por la gran acogida que se le está dando al Maestro, mientras que el de Santiago, reflejando su carácter por el que era conocido como "El hijo del trueno", parece que le intenta convencer de que no se entusiasme tanto, que la conducta de las masas es voluble y el Maestro ha dicho que les esperan días difíciles.
El conjunto se completa con la figura de un pequeño pollino, que con ingenuidad y dulzura camina al trote al lado de Jesús.

Esta misma dulzura e ingenuidad la podemos observar en los rostros de todos los niños que, ese día en Cieza, portan sus pequeñas palmas amontonándose a lo largo de todo el recorrido. Pues si hay en Cieza una procesión que consiga unir esfuerzos y orgullos de todas la hermandades pasionarias, es ésta que se conoce como "Procesión de la Burrica" y en la que todas las cofradías desfilan juntas en las soleadas mañanas de Domingo de Ramos, dando comienzo a la semana más intensa que, sin duda, se vive en Cieza en todo el año.

Pues bien, es una obra de Manuel Juan Carrilllo Marco, espléndida en su realización, a la vez que sencilla en su descripción de la escena, la que consigue aunar los espíritus de innumerables ciezanos y prepararlos para entrar en su semana grande y santa.

SANTO SEPULCRO

Es el grupo escultórico que preside la procesión más solemne de Cieza, la del Santo Entierro en la noche de Viernes Santo.

Este grupo, aunque fue realizado por motivos diversos en varias etapas entre 1951 y 1966, fue concebido desde el principio como un conjunto enormemente armónico y pensado para ser visto desde cualquier ángulo por los observadores, sin perder en ningún momento su espectacularidad.

Está compuesto por cinco figuras talladas en madera y policromadas, con estofas y colores suaves en los ropajes. La figura central es un Cristo Yacente, un poco incorporado por unos almohadones, de perfecta anatomía y laxitud total de los músculos, que da una enorme sensación de paz y plenitud a pasar de estar muerto.
En la cabecera aparecen dos bellísimos ángeles, uno de pie y otro de rodillas, que miran y alumbran el cuerpo de Cristo y en los pies otros dos arrodillados, que lo contemplan entre entristecidos y atónitos, como si no fueran capaces de creer lo que están viendo.
El conjunto es de gran misticismo, a la vez que, desde el punto de vista estético, es de gran plasticidad y movimiento y son las figuras, casi etéreas, de los ángeles, las que contribuyen a ello en gran medida.
Forma parte del mismo y es también obra de Carrillo, el trono en el que se porta, completándolo con elegancia y aportando con los brazos de luz, la intensidad justa de la misma, para conseguir que se aprecie su belleza sin romper el misterio del momento.

Cuando se termina la procesión y el paso es recogido en la Casa-Museo de la hermandad, en el más absoluto silencio, roto sólo por un sordo tambor, y con la calle iluminada únicamente por las luces del trono, no hay ninguna persona, cofrade o mero espectador, que no quede sobrecogida con el último golpe de la puerta al cerrarse.

Un pregonero reciente de la Semana Santa de Cieza lo expresó de forma bellísima diciendo, que él en ese momento contaba los ángeles que había junto a Cristo y que siempre le salían cinco en vez de cuatro. El quinto es para él, como para muchos otros, Manuel Juan Carrillo Marco.