El momento en el que los adolescentes pasaban a la edad adulta y por lo tanto eran susceptibles de contraer matrimonio quedaba simbolizado de muy diversas formas. Una de ellas nos lleva a la víspera del día de la Cruz, 2 de mayo, cuando los mozos cambiaban los carros y macetas de los vecinos o las macetas de las ventanas. Otro de los rituales consistía en pintar o elaborar cruces con flores en las paredes de aquellas mozas a las que pretendían.

La mujer casadera también realizaba sus ritos adivinatorios o propiciatorios para saber si iba a contraer matrimonio o por el contrario quedaría “compuestas y sin novio” o para “vestir santos”. En la Noche de San Juan existía la tradición de quedarse desnuda frente a un espejo, con una vela encendida en la mano derecha y la ventana abierta para contemplar la refracción de la imagen del futuro prometido. Otro de estos actos consistía en escribir en trozos de papel el nombre de los hombres que la habían pretendido durante ese año, doblarlos y depositarlos en un vaso de agua. Durante el sonido de las doce campanadas y el rezo de una oración emergería uno de los papelitos con el nombre del futuro marido.

Noviazgo

El noviazgo solía alargarse bastante tiempo ya que las familias eran muy estrictas en todo lo referente al acercamiento entre jóvenes. Las fiestas del pueblo o los bailes de Navidad se convertían en el momento idóneo para afianzar las intenciones de los novios. El mozo debía pedir permiso a los padres de la chica para “entrar en relaciones”. Así, visitaba el hogar de la pretendida y le preguntaba al padre “si podía hablar con su hija”.

En el Campo de Cartagena era costumbre que los novios se cruzasen regalos de cara a consolidar el futuro matrimonio, pero en caso de que se rompieran relaciones la novia devolvía los presentes recibidos. En poblaciones como Ulea el novio regalaba a la novia un par de peines y ella a su vez le obsequiaba con un pañuelo bordado.

Pedida y ajuar

Por lo normal, el día de la pedida familiares y amigos de ambas familias acudían a la casa de los padres de la novia, tomando allí algún refresco. Al concluir la "convidá" o invitación, en poblaciones como Moratalla los invitados desfilaban delante de la novia dejándole ofrendas sobre la falda.

El ajuar variaba mucho dependiendo del poder económico de las familias. Normalmente se mostraba una habitación de matrimonio con el ajuar de la novia y otra más pequeña con una cama vestida por el ajuar del hombre.

La mujer aportaba sillas, cedazo, cerneras, platos, cubiertos, mesa grande y mesa pequeña, cama con mesilla, cofre o arca, cestos, sábanas, mantas, quinqué y candil. El hombre aportaba la casa, capazos, mulas con arado, aperos y costales de pleita.

Fechas propicias

La vinculación al calendario agrícola en las sociedades rurales era tan fuerte que las bodas solían celebrarse en invierno y en primavera, momentos de menor trabajo, interrumpiéndose entre junio y octubre por conllevar una mayor carga laboral en el campo.

Con todo, en las zonas de secano la edad del matrimonio solía retrasarse en tiempos de crisis económicas, con la inmediata consecuencia de una menor descendencia.

El día de la boda

En los pueblos campesinos de Murcia la novia acudía a la iglesia luciendo su mejor traje de calle. Desde mediados del siglo XIX hasta los años cincuenta del siglo XX el color de la novia era el negro, con la finalidad de que pasada la fecha de la boda la mujer pudiera seguir utilizándolo. Como adornos portaba velo, joyas, flores en el pelo y se buscaba el azahar para lucirlo.

Tornaboda

Si la mujer no poseía casa propia se iba a vivir a casa de los padres del marido. Tras la boda se invitaba allí a los familiares a cenar, comer o a pasar todo el día.

Cencerrada

Cuando un viudo volvía a contraer matrimonio los amigos y vecinos se concentraban frente a la casa de los recién casados en su noche de bodas provistos de cencerros, tambores, cuernos, latas y botellas que hacían sonar.