En todas las sociedades rurales de tipo tradicional siempre se ha requerido un número elevado de hijos para hacer frente a las tareas agrícolas y asegurar la vejez de los padres. Tanto los matrimonios como el nacimiento de los primeros vástagos tenían lugar a edades tempranas, de cara a que la mujer pudiera engendrar un número elevado de descendientes.

Los partos solían realizarse en la vivienda familiar atendidos por la partera o el médico del lugar. Tras el alumbramiento a la madre se le ofrecía un caldo de gallina graso para reponer energías.

Los días siguientes vecinos y amigos visitaban a la familia para dar la enhorabuena, conocer al recién nacido, sacar los pertinentes parecidos faciales y obsequiarles con algunos presentes.

Para la celebración del bautizo se elaboraban recetas tradicionales como el guiso de albóndigas, arroz y conejo, buñuelos, monas y chocolate o flores de novia, siempre según el poder adquisitivo de la familia.

En algunos puntos de la Región de Murcia el convite era sufragado por los padrinos y a la madre se le obsequiaba con alimentos. En Ulea se entregaba una gallina o alguna aportación económica; mientras que en Calasparra con una libra de chocolate.

Rituales de fertilidad

Las fuertes creencias religiosas de la población campesina unidas a la necesidad de una amplia familia que ayudara en el trabajo de la tierra suscitaron entre la sociedad rural numerosos rituales relacionados con la fertilidad y la fecundidad.

Uno de los elementos predilectos en estos ritos era el agua. En algunos pueblos del campo murciano los jóvenes tiraban cubos llenos de agua a la salida de misa el Sábado de Gloria para purificar a los fieles y dispensarles un próspero año nuevo. Igualmente beneficiosas para erradicar la infertilidad se consideraban las aguas de manantiales termales donde acudían parejas de los campos murcianos a tomar los baños. Algunos de los lugares más frecuentados fueron Los Baños de Mula, Fortuna o Archena.

Era frecuente también que las mujeres consideradas estériles rezaran a diversos santos relacionados con la fecundidad como San Pascual Bailón y San Antonio.

La llegada de un nuevo retoño al entorno familiar quedaba asociada en numerosas ocasiones a prácticas adivinatorias principalmente de cara a conocer el sexo del bebé. Para ello existían varias técnicas como sostener una medalla santa al aire y dependiendo de si el movimiento era circular o lateral distinguir entre niño o niña. La forma de la barriga materna era otra de las señales para saber la identidad del bebé, si era redonda sería varón, si era puntiaguda niña. Otra práctica decía que si la embarazada comenzaba a andar con el pie derecho esperaba un niño, si por el contrario lo hacía con el izquierdo, niña. Si la madre sentía el feto a los cuarenta días sería varón, si era a los cinco meses hembra.

Dentro del campo de las supersticiones destacan los “antojos” o deseos, normalmente alimenticios, que la futura madre tenía durante el embarazo. Si estos no se cumplían la tradición decía que el recién nacido podría presentar manchas en la piel.

En algunos lugares del Campo de Cartagena la religiosidad se manifestaba incluso en el momento del nacimiento ya que colocaban una imagen “boca abajo” de San Ramón Nonato para facilitar el parto.

El día de la Candelaria, 2 de febrero, se recogían las velas de la ceremonia religiosa para utilizarlas durante el alumbramiento. Cuando la fecha del parto estaba cerca se encendían y al consumirse se decía que la mujer iba “a dar a luz”.

En el momento del parto normalmente no estaba presente otra embarazada ya que según sus creencias peligraba la vida de la que estaba pariendo o la del propio bebé.

Los niños eran bautizados portando el traje de acristianar o bautizar, un largo vestido formado por puntillas, adornos y capa o capucha. Para evitar el “mal de ojo” en esta misma indumentaria se colocaba un evangelio en el cuello.