La sociedad rural de la Región de Murcia ha sido y es básicamente creyente. Hombres y mujeres mantienen una profunda concepción religiosa de la vida, sintiendo la presencia de lo divino y de lo sobrenatural en la naturaleza que le rodea, en su trabajo con la tierra, en las estaciones del año, en su existencia misma.

Desde hace centurias constaban para las familias rurales unas fechas determinadas, conocidas por el nombre del santo que porta el calendario, que estaban directamente relacionadas con las labores de la tierra. El 29 de septiembre, en la festividad de San Miguel se hacían los contratos y comenzaba a prepararse la sementera; por San Martín, 11 de noviembre, se daban las matanzas domésticas de los cerdos; por San Matías, 24 de febrero, se averiguaba la simiente del gusano de la seda; en Todos los Santos, 1 de noviembre, sembraban el trigo y probaban el mosto de la vid vendimiada en septiembre; por la festividad de San Juan, 24 de junio, pagaban el importe del arrendamiento de las tierras al señor; en San Mateo, 21 de septiembre, iniciaban la sementera de la cebada; por Santa Catalina, 25 de noviembre, se cosechaba la oliva.

Pero en privado, los campesinos se encomendaban a sus Patronos o a los Santos del lugar, recurriendo para ello a sus rezos y visitando las imágenes sagradas de su localidad o de otras cercanas.

También existía un culto a advocaciones más amplias de la iglesia católica como las Ánimas del Purgatorio, La Cruz o el Santísimo Sacramento, representados a través de láminas, cuadros o calendarios.

Sin duda alguna, para los habitantes del mundo rural y de la huerta o ciudad, cada santo tenía una función concreta para lo cotidiano e inmediato, así como para asuntos de más alta envergadura.

Pero cuando esta sociedad requería de una “ayuda extra” para la curación de un enfermo o solucionar problemas de su vida solían acudir a curanderos, aojadores, conjuradores y saludadores. Estas personas con “gracia” por haber nacido en Viernes Santo o Sábado de Gloria aportaron los más increíbles remedios a todo tipo de dificultades, creándose hacia ellos en las principales zonas de campo y huerta de Murcia un respeto místico que se hacía realidad en tiempos difíciles.

Rezos específicos

En los campos de Caravaca y Moratalla, se hacía una invocación en forma de rezo cuando el campesino enfermaba y no podía asistir a misa:

“A misa tocan/a misa llaman,/no puedo ir,/porque estoy averiada,/que vaya mi alma,/que está descansada”.

Para que un objeto perdido apareciera se echaba mano del socorrido responsorio de San Antonio:

“San Antonio bendito,/bendito eres,/bendito sea el fruto,/que en tus manos tienes./Por el corazón bendito,/que ciñe tu cuerpo hermoso,/mis penas se vuelvan gozos”.

Cuando los mozos salían de su entorno familiar por primera vez a localidades alejadas con motivo del trabajo o del servicio militar se recitaba:

“Hijo mío,/con Dios te envío,/en la túnica de Jesús,/vayas metido./Que no seas robado,/ni perdido ni maltratado./la Santísima Trinidad,/te traiga con salud a mi portal”.

Los Niños

La relación de los niños con la religiosidad comenzaba prácticamente el día de su nacimiento. Cuando un niño venía al mundo, antes de ser bautizado, se llevaba a la iglesia o santuario cercano para presentarlo como ofrenda o para recibir el amparo a través del manto.

A los niños se les protegía con una medalla de la Virgen o de un Santo y es por ello que los dogmas de la iglesia católica aparecen popularizados en forma de medallas (Cruces de Caravaca, Escapularios de la Virgen del Carmen, etc.).