La relación entre vecinos se desarrollaba dentro de unos marcos de edades y sexos bastante rígidos, jóvenes y adultos se reunían por separado al igual que mujeres y hombres.

En los núcleos de población pequeños que han ido creciendo por la asimilación de la incorporación de nuevos habitantes y a base de la interconexión de lazos de sangre, el conocimiento de parientes, familiares o vecinos hacía que la convivencia fluyera inevitablemente. Esto es palpable por ejemplo en la proliferación de apellidos en una misma zona o barrio, líneas de familia muy lejanas pero que se encuentran como afines.

La convivencia se marca claramente en el día a día. Antiguamente entre las vecinas se buscaba la que podía ayudar para una cosa u otra o incluso se auxiliaba a la más necesitada. Muchas se ofrecían para ayudar cuando había una gran celebración o duelo en la casa, para hacer los recados, para el cuidado de niños, etc. No obstante sí quedaba marcada una diferenciación de tareas entre sexos, las mujeres lavaban juntas y los hombres iban a ventorrillos o casinos para intercambiar y pactar transacciones.

Cuando llegaba el tiempo de realizar faenas campesinas comunitarias los vecinos solían colaborar y ayudarse unos a otros. La relación de vecindad, casi siempre de forma cordial, era uno de los valores que en la actualidad prácticamente ha desaparecido por completo.

Los trabajos del desperfollo de las mazorcas eran momento para la reunión vecinal y solían comenzar con el encuentro entre familiares y vecinos, para seguidamente, durante el desarrollo de la faena, entablar conversaciones donde siempre salían chismorreos o risas, y las historias se mezclaban con la alegría del momento esperando y deseando la salida de la mazorca roja o “colorá” para dar el beso o abrazo correspondiente. La jornada terminaba con la degustación de productos elaborados por la familia que solicitaba la ayuda.

De la misma forma ocurría cuando hacía falta cualquier producto para el hogar, prenda de vestir, animal para trabajar en el campo o transportar.

La convivencia se marca sobre todo en las fiestas populares donde tienen cabida en la celebración de los actos todas las edades, condiciones y estados, sin olvidar el marcaje de la representación social entre iguales o superiores que quedaba demostrado en los donativos aportados para iglesia, las fiestas o el baile en ese año. También eran motivo las fiestas tradicionales para hacer partícipes a los jóvenes de la sociedad en la que estaban inmersos, en muchos casos continuadores de prácticas que mantenían la convivencia de un territorio.