Un poco de historia

El paisaje agrario de la Región de Murcia ha estado influenciado desde el Neolítico por la escasez de agua y el aprovechamiento por parte del ser humano de los recursos hídricos que aportaban los ríos y ramblas locales. Así, los primeros agricultores regionales compensarían la pobreza de caudales con eficaces sistemas de regadío derivados de las crecidas equinocciales típicas del clima Mediterráneo.

La Cultura de El Argar en el segundo milenio antes de nuestra era desarrollaría técnicas agrícolas con el fin de abastecer ciudades cada vez más densamente pobladas. El hallazgo de numerosos molinos de cereal en yacimientos arqueológicos como La Bastida de Totana o Los Cipreses en Lorca revelan que este alimento constituía la base de su dieta.

Ya en el siglo VI, bajo dominio bizantino, la ciudad de Cartago Nova y su entorno pasarían a ser denominados Carthago Espartaria o Spartia, una clara referencia al tipo de trabajo y producto agrícola que se obtenía en esta zona.

Con la entrada de los musulmanes en el siglo VIII la agricultura sufriría una profunda revisión, tanto por la introducción de nuevas frutas, verduras y hortalizas como por la modernización de los sistemas de cultivo y regadío (algunos adaptados de precedentes romanos), convirtiéndose el campo murciano en un vergel salpicado por norias, acequias, saltos de agua y pequeños embalses.

Tras la reconquista cristiana del siglo XIII grandes espacios cultivables quedarían en manos de órdenes religiosas pertenecientes a la iglesia católica, pero durante los últimos años del siglo XVIII, el siglo XIX y hasta 1924 las desamortizaciones de bienes en poder de la iglesia transfirieron esos parajes a familias oligárquicas y de la incipiente burguesía que a su vez las arrendaban a campesinos para ser cultivadas.

Los capitales privados reorientaron entonces sus prioridades, pasando de una agricultura extensiva a un cultivo intensivo con marcada apertura al mercado exterior, aunque para ello fuese necesario reorganizar las instituciones que aseguraban el control del agua a los terratenientes murcianos.

El desarrollo agrícola descansó en el sistema de rotación con cereales, hortalizas y tubérculos. En las tierras de secano destacarían los cultivos arbóreos y arbustivos como la vid, almendro, olivar, higuera y algarrobo. En las zonas áridas del medio monte continuaban el palmito y el esparto junto a plantas aromáticas. Con el tiempo los frutales colonizarían los regadíos murcianos gracias a la progresiva introducción de este alimento en la dieta europea.

Esta agricultura fue en muchas poblaciones del campo el principal recurso económico para las familias de labradores, pero la gran variedad de aperos de labranza tradicionales que aún se conservan en los museos etnográficos repartidos por la región hablan de una labor casi de subsistencia para el jornalero y de grandes rentas para el dueño de la tierra.

Las últimas décadas del siglo XX muestran un mapa de cultivos para la Región de Murcia donde ha ganado terreno la agricultura hortofrutícola en extensión, en valor de producción y en empleo generado. El aumento de superficie urbana, el aumento de población, las infraestructuras de comunicación, el abandono de tierras y la espectacular ampliación del regadío han caracterizado la agricultura regional desde 1950 a la actualidad.

Labores agrícolas

Las labores agrícolas tradicionales en los campos y huertas murcianos conllevaban un duro trabajo que se alargaba desde las primeras horas del alba hasta el ocaso del sol. Hombres, mujeres y niños se afanaban en cultivar la tierra y recoger sus frutos, aunque los trabajos más duros quedaban para los primeros y las labores de siembra o recogida para el resto.

Históricamente el cereal ha constituido la base alimenticia para las familias regionales y buena parte de su rutina laboral se centraba en las tareas relacionadas con su siembra, siega, venteo, trilla y recogida. El venteo era la acción de exponer el cereal al viento para que se limpiara de impurezas. Para la trilla se utilizaban tablas con piedras de pedernal incrustado o trillos con rodillos de madera y dientes metálicos arrastrados por caballerías. La recogida de gavillas se realizaba con hoz y manopla para seguidamente guarecerlo en la pajera.

La recogida de la panocha en el campo era un momento de entretenimiento para los vecinos. Todos reunidos realizaban el desperfollo, esperando a que apareciera la panocha roja para besar o abrazar a la joven pretendida o a la más cercana, una de las escasas ocasiones en las que poder acercarse a la mujer pretendida en público.

Finalizada la cosecha los campesinos más pobres solicitaban el consentimiento de los propietarios arrendatarios para poder recoger en terrenos ajenos el sobrante o los frutos caídos que no eran aptos para vender en el mercado y con los que complementar sin desembolso económico su dieta.