Poder, obediencia, independencia, vasallaje, formulismo, fidelidad, armas y cruces. Todo se mezcla y, en sus dosis apropiadas, convive en esta orden que comparte la lucha física y la espiritual, a niveles diferentes de la templaria.

Llega también a Murcia de la mano de Jaime I, recibiendo el apoyo en el reparto territorial del rey Sabio: Valle de Ricote, Lorquí, Cieza, Aledo o Moratalla serán sus bastiones, serán los puntos sobre los que asentarán su poder durante siglos. Con ello se asegurarán influencia e ingresos y les servirán para poner en entredicho a los sucesivos obispos de Cartagena.

Como una piña en torno al maestre, los caballeros cumplirán fiel y ciegamente la labor encomendada, sin preguntas y el resultado será un control y manejo de las situaciones políticas y militares desde el aspecto exotérico, con aire de superioridad sin comprender, a veces, la profundidad de los hechos ni su significado.