La naturaleza siempre ha abastecido al hombre de todo lo necesario y éste, a su vez, ha sabido sacar provecho de los productos de la naturaleza para avanzar hacia el futuro con paso firme y consolidar, a base de trabajo y esfuerzo, las grandes civilizaciones humanas. Por eso podemos echar la vista atrás y ver con orgullo, casi hasta nuestros días, cómo durante siglos hemos sido capaces de conservar algo tan efímero como la nieve sin la ayuda de un solo motor.

    Desde la época de la civilización mesopotámica (3000 a.C.) se sabe de la existencia histórica del uso de la nieve y de lugares para albergarla, como sótanos o cuevas. Tras la invasión de la Península y su posterior ocupación del territorio, los árabes siempre han sido considerados los introductores de estas prácticas. Sin embargo, se tiene constancia del uso y recogida de nieve en la época romana, por lo que, seguramente, ya debieron existir obras con el mismo fin que las que hoy en día se conocen. Tanto romanos como árabes utilizaron y dieron una importancia enorme a la conservación de la nieve, ya que a sus utilidades meramente conserveras se unía la utilización de este elemento con otros fines, entre los que destacaba el terapéutico. También se usaba para refrescar bebidas y alimentos. Se tiene constancia de que estos pozos se utilizaron en la Región ya en el siglo XII, aunque las pruebas documentales datan su uso desde el siglo XVI, época de gran auge y proliferación de estos pozos y de la comercialización del hielo. En los primeros albores del siglo XX y con la llegada del frío industrial y los avances tecnológicos, se hizo innecesario todo el proceso largo y costoso que suponía el uso de estas edificaciones, dejando que paulatinamente se fueran desmoronando en muchos casos mientras que en otros, gracias a su fuerte estructura, han aguantado estoicamente los envites del tiempo y la climatología.

    Los trabajos relacionados con los pozos de la nieve suponían un esfuerzo notable para los hombres que los realizaban debido a la dura actividad física y a lo abrupto de la orografía del terreno. Actualmente parece inimaginable el discurrir de los arrieros junto a sus carros por caminos que hoy en día nos parecen intransitables.

    El funcionamiento de los pozos de la nieve y toda su estructuración requerían una organización muy minuciosa, laboriosa y disciplinada. Había un escalafón laboral y social muy diverso, donde se recogían las labores de cada grupo, los propios, los fieles, los peones, los arrieros, etc.

    La recogida de la nieve se denominaba encierro y en ella participaban los peones, trabajadores del campo que en los meses de invierno podían sacarse un sobresueldo con estos trabajos. Eran los encargados de recogerla y almacenarla en los pozos.

    La existencia de los pozos está íntimamente ligada a la existencia de los fieles, que eran los encargados de cuidar los pozos y las casas donde se alojaban los peones en la época de la recogida durante el resto del año, teniéndolos siempre a punto para las fechas en las que la nieve solía hacer aparición.

    Los que se encargaban de organizar la recogida de la nieve, la gente, los alimentos, los animales, el material, etc. eran los propios y los fieles. Hay actas de la época donde estaban detalladas las cantidades de animales de carga que se utilizaban y de alimentos que se daban de comer a cada persona. Un bien escaso y que se consideraba casi un lujo cuando se le daba a los trabajadores era bacalao, ya que básicamente su alimentación solía ser a base de pan y vino o agua.

    Posteriormente, tras almacenarla, los arrieros procedían a su transporte, que normalmente se solía realizar a últimas horas de la tarde, o incluso de noche, para intentar disminuir de forma ostensible las pérdidas del preciado material por efecto del calor.

    Se llevaban a las ciudades, siendo Murcia y Cartagena los centros aglutinadores de su demanda. Era un producto muy cotizado por todos los niveles sociales, aunque sólo los superiores tenían prioridad en la adquisición del producto.

    Los pozos de nieve se construían en lugares de gran altitud, donde era habitual que nevara en invierno. Normalmente se ubicaban en las laderas, ya que facilitaban la evacuación de las aguas durante el deshielo.

    Los pozos de la Región de Murcia guardan un gran parecido en lo referente a formas constructivas y materiales utilizados para su construcción. La planta circular era la más empleada en estas construcciones y los materiales que primaban eran los típicos de la arquitectura popular: ladrillo, piedra, madera, yeso, argamasa, etc. La parte superior solía terminar de forma cónica o cilíndrica, siendo la zona más visible de la construcción, que en muchas ocasiones era rematada con material vegetal con la intención de mantener las bajas temperaturas el máximo tiempo posible. Para que no quedara duda de la solidez de la estructura se solían añadir dos o más contrafuertes. El pozo en sí consistía en una oquedad de grandes dimensiones, en algunos de hasta 12 metros de diámetro y 9 de profundidad y disponía de dos o tres puertas para que los peones cargaran la nieve.

    En la Región de Murcia se encuentran más de una treintena de estas singulares construcciones que tanta importancia tuvieron para el desarrollo económico de las ciudades y que hoy en día se encuentran abandonadas. A continuación tratamos más en profundidad algunas de ellas.