A mediados del s. XVIII, la madera de muchos bosques fue usada para construir barcos
A mediados del s. XVIII, la madera de muchos bosques fue usada para construir barcos
Murcia enclave ambiental
En 1749, responsables de la Armada visitaron los montes de Moratalla
En 1749, responsables de la Armada visitaron los montes de Moratalla
Murcia enclave ambiental

    Con la materia prima tan cercana y ante la necesidad de los astilleros militares de construir navíos, los responsables de la Armada visitaron en 1749 los montes de Moratalla y redactaron unos informes sobre la calidad de los árboles de la época que, en la actualidad, se han convertido en una valiosa herramienta.

    A finales de la década de los cuarenta del siglo XVIII, los astilleros militares españoles estaban en plena ebullición y, tras la reciente guerra naval con los ingleses, habían recibido órdenes reales de aprestar y carenar decenas de navíos. El año 1749 dejó huellas en los bosques más próximos a la costa de donde se extraían los maderos para la construcción naval.

    En noviembre de ese mismo año pidieron al arzobispo de Burgos que expidiera licencia para que los operarios trabajasen en los montes, incluso los domingos y festivos después de oír misa. Así, en Chiclana, Aljarafe y el Condado se cortaron numerosos pinos para los arsenales de Cádiz, tantos como para que éstos se renombraran con las astillas que generaban los carpinteros en la labra de los troncos. Algún tiempo después, los responsables comentaban que “ya habían salido del ahogo de la gran corta” y que debían buscar la forma de pagar mejor en el futuro a los propietarios de bosques.

    Pero esta hambre de maderos para la Armada no se limitó a las regiones más arboladas. En el Reino de Valencia debían montarse tres navíos de setenta cañones, aun cuando se pensaba que no podrían encontrarse siquiera la mitad de los maderos necesarios, y las órdenes para Cartagena eran las de construir seis naves. Y aunque se pudieran disponer de los cercanos pinares de la sierra de Segura, se hacía preciso rebuscar robles y encinas para algunas piezas imprescindibles.

    Juan Pedro Boyer era el capitán de navío y de las maestranzas que se encargó de visitar los montes de Moratalla, Caravaca y Cehegín para encontrarlos. En septiembre de 1749 redactó un informe lleno de consideraciones de interés.

“Mi primer cuidado luego que llegué a Moratalla fue de inquirir si era cierto que en aquellos parajes había robles y otros árboles propios a la construcción”. En esa localidad se encontró con Juan Cortés, carpintero enviado por el intendente del Departamento Naval para hacer algunas gestiones en los montes próximos, informándole “que en ellos no había encontrado mas que árboles ordinarios como los de Moratalla que son encinas, y una especie de robles a quien llaman Bornes, o Quexigo, de malísima calidad, de que no podrán sacarse ninguna de las piezas principales como quillas, rodas, codastes, baos, de puente, carlingas, pies de roda, curvas de baos, trincaniles, sintas, barengas, ni ningun género de tablonería de todas especies”.

    “Deseoso de enterarme más positivamente, -prosigue Boyer, que no se fiaba de las primeras declaraciones- hice comparecer a los hombres más ancianos, y prácticos de aquella tierra cuyo oficio heredado de padres a hijos es el de cortar madera en los montes, de que tienen cabal conocimiento, interrogándolos separadamente y todos me dijeron lo mismo que Cortés, añadiendo que se encontraría poca diferencia en el tamaño y calidad de los árboles de todos los montes, bosques, y llanuras de treinta a cuarenta leguas alrededor de aquella comarca, asegurándome también que se hallarían pocos árboles sanos, ni nuevos, pero sí muchos viejos y podridos“.

    Sin embargo, no satisfecho con las opiniones de los expertos, recibidas por si acaso por separado, procedió a visitar y reconocer personalmente los montes de esos partidos. En sus llanuras no había bosques cerrados, sino adehesados, pues “no encontré más que árboles gruesísimos viejos, cuyos troncos no exceden de 10 pies de alto y de 4 a 5 codos de grueso, extendiéndose sus ramas a la anchura de 40 a 50 pies de diámetro”.

    Intuyendo que “con mucho trabajo y gran gasto podrá sacarse alguna pieza principal a la construcción”, se puso manos a la obra e hizo cortar seis árboles, de cada uno de los cuales solamente pudo sacar una sola pieza para los fines navales. No debía ser fácil apear y labrar esos árboles, pues “seis hombres en un día no pudieron cortar más que dos árboles”

    Se desconoce si con la premura los hacheros pudieron seguir los criterios del momento. De hecho no se sabe siquiera cuál de los diferentes criterios de la época debían considerar. Si los constructores navales mandaban cortar pinos y robles en las menguantes invernales, en estas tierras mediterráneas se consideraba que para los árboles de hoja perenne “no es necesario aguardar las menguantes, porque según explican los prácticos, puede hacerse el corte en cualquier día claro del año, a excepción de la primavera, como no corra el levante”.

    Pero esa visita le proporcionó más información, que la de pies, codos y horas de trabajo. Boyer informa que se debe “también considerar que estos árboles de encina de las llanuras producen a sus dueños de cinco a seis pesos al año, y muchos más, pues hay árboles que dan a 20 y a 24 fanegas de bellota que venden ordinariamente a doce reales la fanega, por lo que un árbol de éstos se estima en doscientos pesos”. Esta producción de fruto era muy importante “porque no solo sirven para la manutención de los ganados de cerda, y otros, si también para la de aquellas gentes que lo tienen por alimento gustoso, no desperdiciándose tampoco sus hojas pues con ellas mantienen el ganado en el invierno cuando las nieves no les permiten salir al pasto, y aun la pomposidad de sus ramas es muy utilosa para sestear a su sombra en el verano los ganados y la gente por hallarse la mayor parte en las viñas y en los campos labrados para las cosechas de trigo, legumbres, y cáñamos de que abunda aquella tierra”.

    Estas reflexiones, plenamente sensatas y cabales aunque alejadas posiblemente del encargo directo que este funcionario tenía, muestran una visión integral que en la actualidad se calificarían con el adjetivo de 'multifuncional'. Desde el punto de vista de la economía y de la subsistencia de los habitantes locales, parecía más conveniente conservar árboles que llegaban a producir más de doscientos reales anuales de bellota, incluyendo el trabajo de recogerlas y transportarlas, cuando las ordenanzas indicaban que se debían pagar a los dueños solamente cuatro reales por árbol.

    “Considero –concluye Boyer- que si la falta de otro recurso obligase (no obstante el mayor gasto de sacar a cargadero) a valerse de esta madera de encina, supuesto que la de bornes para nada sirve, en tal caso se corten las encinas de los montes y bosques en donde se encontraren muchos árboles sanos, y de mejor calidad de que podrán sacarse muchas piezas útiles como son curvas de primera y segunda puente, algunas bularcamas, y genoles, algunas varengas, orquillas y cantidad de primeras, segundas, terceras y cuartas ligasones de revés, que no puede dejar de encontrarse en unos montes de tanta dilación".