Las características del clima mediterráneo y las particularidades físicas del territorio de nuestra región, unidas a su histórica explotación, han dado lugar en muchos lugares de nuestra geografía a un paisaje degradado que fácilmente es identificado con el concepto de desertificación.

Pero, ¿qué es la desertificación? Es la degradación que sufre un territorio como consecuencia de la pérdida del suelo fértil y de la vegetación, todo ello favorecido por la actividad humana.

Para entender cómo se produce es necesario primero conocer cómo funciona la relación suelo-planta. El suelo está compuesto por una parte mineral y otra orgánica. Un suelo con suficiente materia orgánica está bien estructurado, con poros que permiten la infiltración del agua. Dicho suelo permite el establecimiento de la vegetación, que a su vez aporta más materia orgánica, retroalimentándose el proceso y estableciéndose un equilibrio entre pérdida y generación de suelo. Al llover el suelo bien estructurado absorbe el agua, permitiendo la recarga de los acuíferos, y la vegetación intercepta el impacto de las gotas de lluvia sobre el suelo, facilitando su absorción. Si se elimina esa vegetación la lluvia impacta directamente sobre el suelo produciéndose la compactación de éste. Esto disminuye su capacidad de absorción, por lo que el agua comienza a discurrir por la superficie formando pequeños surcos que darán lugar a regueros, arrastrando la capa fértil superior del suelo y perdiéndose la materia orgánica que permite el establecimiento de la vegetación. Esto es el proceso conocido como erosión.

Con el tiempo estos regueros comienzan a hacerse más profundos y pueden dar lugar a la formación de cárcavas, como las que aparecen en los Barrancos de Gebas o la cuenca de Mula. Si no se detiene la erosión el proceso puede volverse irreversible, perdiendo al final la totalidad del suelo, quedando al descubierto la roca desnuda e imposibilitando el establecimiento de la vegetación. Cuando este proceso se da de forma natural, sin intervención humana, se llama desertización y su desarrollo depende del clima, el sustrato y la orografía.

En el caso de la Región de Murcia el clima presenta una marcada estacionalidad de las lluvias, concentradas principalmente en los meses de otoño en forma de fuertes precipitaciones en poco espacio de tiempo. Considerando que gran parte del suelo de la región tiene fuertes pendientes y se encuentra sobre materiales blandos, como margas y arcillas, se dan los factores idóneos para dificultar el establecimiento de la vegetación, dando como resultado ecosistemas muy frágiles.

A todo esto se une la actividad del ser humano, que ha explotado el entorno de diferentes modos: creando tierras de cultivo, pastoreando, obteniendo leña y carbón, etc. En el caso de la agricultura tradicionalmente se empleaban paredes de piedra seca para abancalar las laderas y cultivarlas, pero el abandono del cultivo ha conllevado la degradación de estas paredes facilitando la erosión del suelo. En la actualidad los cultivos se abancalan sin paredes de piedra seca o se realizan en pendiente y se usan técnicas agresivas como frecuentes roturaciones, el uso de suelos empobrecidos y aguas de riego salinizadas, todo ello da lugar a que en el momento en que se abandone el cultivo se produzca la erosión del suelo antes de que se pueda establecer de nuevo la vegetación natural.

Tampoco debe olvidarse el gravísimo efecto de los incendios forestales que dejan grandes zonas de suelo desprotegidas ante el efecto erosivo de las primeras lluvias tras el fuego.

La solución a este grave problema es difícil, pero pasa por una correcta ordenación del territorio, cultivando sólo las zonas más adecuadas, productivas y con menor riesgo de erosión, empleando buenas prácticas agrícolas que reduzcan estos riesgos, reforestando las áreas degradadas y previniendo los incendios forestales.