Las casas del poblado ibérico de Los Molinicos tienen todas una apariencia similar. Levantaban un zócalo en mampostería, de un metro de altura y sin cimentación, sobre el que levantaban el resto del alzado del muro en adobe o tapial. El suelo era allanado y apisonado, añadiéndole una capa de cantos rodados para preservar la humedad; una vez alisado se echaba tierra limpia con una capa aislante de fragmentos cerámicos que se cubría con una nueva capa de tierra.

Los techos se construían colocando largos troncos de pinos que recorrían longitudinalmente la estancia; sobre ellos y muy apretadas, colocaron haces de aneas, plantas comunes en los ríos que discurren junto al poblado. Sobre esta plataforma extendían una capa de barro muy fino y sobre esta, otra capa de una tierra amarilla, de apariencia arcillosa, que servía para impermeabilizar la techumbre e impedir lo máximo posible las filtraciones de agua cuando lloviera. Las viviendas situadas junto a la muralla fueron levantadas íntegramente en piedra, sirviendo ésta como pared interior de la casa.

En otras ocasiones, utilizaron una técnica constructiva propia de los siglos V-IV a.C que es el aparejo en espiga, piedras longitudinales colocadas con una inclinación de 45º. Las paredes eran enlucidas tanto al exterior como en el interior; al exterior el mortero empleado era mucho más grueso y tosco, mientras que el utilizado en el interior era más fino, se extendía de una manera más cuidadosa; probablemente debió estar pintado ya que durante las excavaciones se documentaron restos de pintura en algunos de los enlucidos de las viviendas.