Información elaborada por José Alberto Bernardeau

Fotografía: Ángel Fernández Saura

    Pedro Pardo Galindo, nació en Cartagena, aunque al poco de ver la luz sus padres lo llevaron con ellos a Murcia.

    Sus estudios primarios fueron muy breves, pues apenas cumplidos los diez años comenzó a trabajar de repartidor en el almacén de bebidas de su padre. Sus biógrafos lo ponen en el asiento,  primero de una motocarro y después al volante de un camión Pegaso, para describir esta etapa de su vida, sin duda dura, pero no menos que cualquier otro trabajo físico, aunque sí ilustrativa de unos comienzos bastante alejados de lo que sería su cometido artístico. La motocarro, en su caso la “Issocarro”, fue también en su tiempo símbolo de un estadio de ascensión burguesa más ruidosa que efectiva, un logro capitalistas a medias; cumplido finalmente con el poderoso Pegaso.

    Perico, como le llamaron siempre sus amigos, fue finalmente atraído por el arte, y curso algunos cursos en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, aprendiendo modelado con Juan González Moreno, y también cerámica.

    El destino le hizo encontrarse con una mujer, Maria Asunción Gómez, o “Marisún”, con una gran raigambre artística: su abuelo, el escultor  Antonio Gómez Saldoval; su padre,  Carlos Gómez Cano, escultor también y carrocista, con quien Pedro trabajo en su taller; su tío, el destacado pintor Antonio Gómez Cano;  al igual que sus primos Antonio y Juan Francisco.

    Por otra parte, es curioso que el hermano de Pedro, Manolo Pardo, se diera a conocer también durante un tiempo como pintor, con obra expuesta en diversas galerías murcianas, firmando como “Lolo”.

    El escultor fue figura habitual de la bohemia murciana, con parada irremediable en el bar “La Viña”, legendario local en pleno centro de la ciudad que frecuentó junto con otros artistas, Elisa Seiquer y José María Párraga, entre otros, amigos éstos con los que también compartió estudio en la plaza de Las Balsas.

    Otoño de 1990 fue nefasto para Pedro, víctima de una enfermedad que le dejó semiparalítico de la parte derecha del cuerpo. Su fuerza de voluntad, no obstante, le hizo continuar por los caminos del arte, ahora con los pinceles, aunque lógicamente tuvo que abandonar el pesado oficio de escultor y trasladar a su mano izquierda todo lo que aprendió con la derecha.

    En 1991, apareció en una colectiva en la galería Zero, junto con Antonio Ballester, Belzunce, Caubios, Lola Arcas, González Marcos y Parraga. Y un año después, la organización del pabellón de Murcia en la “Exposición Universal” celebrada en Sevilla  llevó su obra a tan singular escenario, junto con la de Maite Dedruc, Fernández Arcas, García Mengual y Luis Toledo.

    Sus trabajos derivaron entonces al dibujo, a la figura humana, con predilección por el  desnudo femenino, y al  paisaje; temática esta última que, lógicamente, no había abordado como escultor.

    En marzo de 1998 expuso su última muestra individual, “Forma y color”, pues la muerte le sobrevino en noviembre de ese mismo año a consecuencia de un infarto.