Eduardo García en 1965
Eduardo García en 1965

    Tan importante y prometedora carrera sufre un gran cambio contra toda previsión cuando en 1965 se cruza en Madrid con su joven paisana Joaquina Ayala Fernández, que acaba por trastocar la que había sido toda su vida y abandonándolo todo, cuelga los hábitos y se casa con ella.

    No fue una decisión cómoda y los primeros años resultaron realmente duros para la pareja. La formación de Eduardo no le servía en la vida civil de manera que se ve abocado a trabajar en las oficinas de un taller de piedra artificial. Por fortuna y gracias a su preparación intelectual, al poco tiempo logró trabajo como corrector editorial en Alfaguara, dirigida entonces por Juan Carlos Cela, hermano del Nóbel Camilo José. Fueron años de intensa lectura de clásicos: desde Quevedo, Lope o Cervantes a los autores nacionales en boga del momento como Cela  o foráneos como García Márquez.

    Finalista del premio Nadal

    Con respecto a su propia producción, entre 1967 y 1968 escribe sus primeras obras que fueron premiadas: 'Sede Vacante' y 'Mes y pico en Rajatila'. La primera le valió ser finalista al Premio Nadal en la edición de 1968. Se trata de una crítica sobre el seudo-cristianismo que a su entender aqueja al clero, 'gritando de dolor por la injusticia y el fariseísmo'. Se publicó en la Editorial Destino en 1975 y fue reeditada en 1985.

     'Mes y pico en Rajatila' es una obra más intimista, ligada a su pueblo, Campos del Río. Se trata de una novela costumbrista llena de encanto que se vio galardonada con el Premio Sésamo en 1967 y gracias a una pluma sencilla, clara y ágil, permite conocer costumbres como la de 'llevarse a la novia', los apodos locales de los años cincuenta, el ambiente coercitivo de la sociedad de la época, la intransigencia del cura local, etc.  Rajatila es el nombre imaginario con el que el autor enmascara la identidad de su pueblo, un lugar alejado de la ciudad capitalina y en muchos aspectos anclado en un pasado sometido todavía a las costumbres religiosas más tradicionales en una etapa oscura de nuestra historia. 

    La publicación de la novela ocasionó toda una revolución tanto por su contenido bien surtido de ácida crítica social como por haber firmado con el nombre de Pedro Ayala Fernández, un joven perito industrial que cumplía el servicio militar.Los comentarios y las cartas que circularon fueron apareciendo en la prensa y levantaron ampollas ya que a pesar de los nombres cambiados, todos sabían quien era: 'la beata más mala que un dolor' o el 'granuja y sinvergüenza del Orejón'.

    La tercera de sus novelas, Tragicomedia antioqueña, también premiada, es una imagen caleidoscópica de la Colombia rural, real y viva, palpitante, pero al mismo tiempo llena de la magia y el color de sus gentes, que la hábil pluma de su autor nos hace próximos a pesar del pulso vital tan especial que impone el trópico.

    Impulsado por el deseo de prosperar profesionalmente de modo que pudiera dejar las correcciones y disponer de tiempo para sus propias incursiones literarias, se pone a estudiar Derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Aprovecha tanto que para poco antes de 1975 ya es Oficial de la Administración de Justicia y al poco es destinado a Arcos de la Frontera (Cádiz) de donde luego pasa a Córdoba. En esa capital andaluza invierte cuatro años de su vida, pero tras ellos le suceden otros destinos como: Las Salesas de Madrid y Plaza de Castilla. Durante esos años continúa escribiendo y logra ser finalista del Premio Café Gijón, con otra novela, 'Ungüento amarillo'.

    Eduardo García en Murcia

    El destino le llevó a Murcia en 1984 y en 1990 ingresó en el Cuerpo de Secretarios de la Administración de Justicia, nuevo en Molina de Segura, de donde pasó a Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en la que recibió la jubilación en 1992. Entre los casi setenta premios literarios reconocidos posteriores a sus primeras novelas, cabe citar una serie de relatos cortos como: 'La última comunión del obispo'  y 'Las Escorpionas', premios Ciudad de Jumilla en 1991 y 1998.  El premio de novela corta Castillo-Puche de Yecla, en 1996, fue para su 'Gato por liebre'.  También gracias a otros cuentos y relatos breves obtuvo en 1997 el premio de Montesfrío (Granada), el de Lodosa (Navarra) y otro en Jaén. Con el cuento titulado 'Juego peligroso' obtuvo en el año 2000 un nuevo galardón en el certamen de La Granja (Segovia). Tragicomedia antioqueña fue IV Premio de Novela Corta 'Casino de Lorca' en 2002.