Guardiola es un valor en alza en 1960 y así, repitiendo la propuesta anteriormente reseñada de Don Siegel, le proponen participar el remake de la cinta de Akira Kurosawa Los siete samurais que, dirigido por John Sturges se convertirá en Los siete magníficos. En el reparto de papeles se le tenía reservado el que finalmente interpretó Charles Bronson, pero Guardiola continúa sin aprender inglés y se niega a montar a caballo.

     Tal vez La culpa fue de Eva, estrenada en 1960, no sea una producción muy destacable por lo que se refiere a la calidad del guión y la aceptación del público, pero sí es un paso adelante en la carrera de José Guardiola. El plantel de actores que le acompañan en la interpretación es lo mejor del cine italiano de comedia en esa época, Totó y Mario Carotenutto, la escultural belleza de Abbe Lane y el siempre disparatado (y aquí más comedido) Louis de Funes. El papel de Guardiola es absolutamente inusual en su filmografía, un personaje cómico, aunque hacia el final de la película cubra el expediente de malvado intentando el asesinato –por supuesto frustrado– del protagonista (Totó).

     Sin salir del tono de comedia, la siguiente película de José Guardiola participa también del género negro. Melocotón en almíbar es una de las más populares comedias de un genio de la escena española, Miguel Mihura. Cabe destacar el excelente trabajo de fotografía del maestro Juan Mariné y la prensa del momento asegura que “se reparten los méritos los actores que han incorporado los diversos y pintorescos tipos, desde Marga López hasta Manuel Insua, pasando por María Mahor, que además está muy guapa; el trabajo siempre expresivo de José Guardiola, la naturalidad de Carlos Larrañaga, la justeza de Barta Barry, la gracia de Matilde Muñoz Sampedro y la adecuación de Antonio Gandía”.

     Si no fuera porque la película está rodada casi íntegramente en exteriores, podríamos contemplar Sentencia contra una mujer como una obra de teatro pues, a pesar de las magníficas panorámicas de la serranía, la solitaria acción se reduce a la relación entre tres personajes. Su argumento está basado en la novela, El testamento en la montaña del santanderino Manuel Arce y aunque éste la situa en la posguerra española, Antonio Isasi Isasmendi, el director, la traslada al siglo XIX, a los tiempos del auge del bandolerismo.

     En Carta a una mujer, su única película de 1961, Guardiola repite bajo la dirección de Miguel Iglesias Bonns. El argumento está basado en la obra teatral El mensaje, de Jaime Salom, que había estrenado la obra en 1955. Entre los merecimientos de esta película podemos destacar el trabajo de Luis Prendes, representando a un refinado director de orquesta, un malencarado Guardiola, que encarna a un cínico finalmente arrepentido y Emma Penella, interpretando a una atormentada Flora.

     En 1962, Guardiola participa en una película que sería alabada por la crítica más “oficial”. En Dulcinea, basada en una obra de Gaston Baty llevada ya al cine, Guardiola, a pesar de la rudeza del personaje, tiene en esta ocasión la oportunidad de aportar algo de humanidad en su interpretación, especialmente en su segunda aparición, hacia el final de la película.

     La carrera de Guardiola continúa con paso firme con su efímera aparición (como la de todos los participantes en el filme, excepto el protagonista) en la película Las cuatro verdades. Esta producción a tres bandas (España-Francia-Italia) surge del encargo a cuatro directores europeos de un corto sobre una fábula de La Fontaine puesta al día. Se eligió a René Clair, Luis García Berlanga, Herve Bromberger y Alessandro Blasetti. El episodio de Berlanga, “La muerte y el leñador”, resulta ser una adaptación muy libre de la fábula homónima de La Fontaine. Impagables Manuel Alexandre intentando timar al respetable con una peligrosa válvula de seguridad del butano, Lola Gaos de monja, Xan das Bolas y Emilio Laguna de guardias o el propio Guardiola, como violento gañán de feria.

     Una muy olvidable película es Noches de Casablanca, dirigida por Henri Decoin a mayor gloria de nuestra actriz más exportable, Sara Montiel. En opinión de Méndez Leite “Decoin se ha limitado a fotografiar a su bella protagonista desde todos los ángulos imaginables, pero sin intentar siquiera arrancarle algún registro dramático”. Si hubiera que salvar algo de este filme, y creo que esta opinión no se aleja demasiado de la objetividad, sería precisamente la secuencia de la persecución de Guardiola quien, con una profesionalidad “a prueba de balas”, confiere a su personaje la credibilidad que supo dar al atracador de El Cerco y otros personajes similares.

     Su siguiente película, La boda, como apuntamos anteriormente, marca un punto de inflexión en la carrera cinematográfica de Guardiola quien, en adelante, aparece únicamente en pequeños papeles. Es posible que la respuesta a esta incógnita tenga mucho que ver con la vida familiar de Guardiola pues desde finales de los 50 su hogar va creciendo. En 1961 nace su segundo hijo, Agustín, y no es de extrañar que en 1966 su carrera sufra un largo parón: cuando sus hijos tienen 5 y 7 años se produce el nacimiento de las gemelas Miriam y Yolanda. Guardiola busca entonces la rapidez de los papeles esporádicos y la seguridad y comodidad del trabajo en los estudios de doblaje.

     La boda está dirigida por el argentino Lucas Demare y el guión, basado en la obra homónima de Ángel María de Lera, se escribe entre el director y el que en 1989 sería premio Cervantes, el uruguayo Augusto Roa Bastos.

     La siguiente película en que interviene Guardiola, Tiempo de violencia, es una coproducción italo-hispano-alemana de muy difícil documentación que, en opinión de un crítico, es un film maldito donde los haya. Cuenta con el protagonismo de Barbara Steele, mito del cine fantástico y de terror y, formando parte de un escaso elenco español, Guardiola en el papel de Francesco.

     Guardiola cierra 1963 con otro papel testimonial, se trata de su aparición en The ceremony, película producida por la United Artists, rodada en estudios madrileños, que cuenta con un reparto americano apoyado por figuras como José Nieto, Fernando Rey, Fernando Sancho y el propio Guardiola.

     Al año siguiente, el actor jumillano toma parte en una producción cuajada de buenos actores españoles. La película, dirigida por Luis César Amadori lleva por título El Señor de La Salle y relata la vida del religioso fundador de la orden dedicada fundamentalmente a levantar escuelas para los necesitados. Guardiola encarna a un “carretero de Parmenia”, otro papel testimonial.

     Antes de finalizar este año de 1964, Relevo para un pistolero abre un camino a Guardiola al que no era ajeno del todo, el de la película del oeste. Podemos suponer que Guardiola no se ve en la necesidad de participar en estas producciones acuciado por la falta de ingresos, pues al fin y al cabo el doblaje –y más cuando, como en su caso, se goza de un notorio prestigio en la profesión– fue una ocupación lucrativa. Seguramente el actor jumillano intenta, como tantos otros talentos de nuestra escena y sin descuidar su dedicación a la familia, conjurar el olvido del público con sucesivas trabajos ante la cámara y no desparecer así de las agendas de directores y productores. También participaría en Ocaso de un pistolero (Rafael Romero Marchent, 1965), Adiós Texas (Ferdinando Baldi, 1966) y Los desesperados (Julio Buchs, 1969).

     Cambiando momentáneamente de género, Guardiola interviene en otra producción de bajo coste dirigida por el argentino León Klimowsky. No importa morir (1966), una película bélica rodada en inglés en la que el actor dijo su papel de memoria, aprendiéndose los párrafos de su texto en la película sin saber lo que decía, en su insospechado y sorprendente rol de oficial nazi.

     En 1969, y sin aparecer incluido en los títulos de crédito, Guardiola interviene fugazmente en una de esas producciones americanas que se rodaban en casi cualquier rincón de España. Esta vez es Hard Contract (Antes amar, despues matar, fue su título español), protagonizada por James Coburn y Lee Remick.