La agricultura intensiva se ha extendido por los espacios litorales, incrementando la demanda de agua y el aporte de fertilizantes y plaguicidas a las aguas y ecosistemas costeros
La agricultura intensiva se ha extendido por los espacios litorales, incrementando la demanda de agua y el aporte de fertilizantes y plaguicidas a las aguas y ecosistemas costeros
F. Robledano
La actividad urbanística asociada al turismo representa un importante agente de transformación de de los ecosistemas litorales
La actividad urbanística asociada al turismo representa un importante agente de transformación de de los ecosistemas litorales
F. Robledano

La explotación del espacio litoral por el hombre no siempre ha tenido controles muy estrictos, siendo frecuente que algunos recursos fueran extraídos hasta su casi total agotamiento (minerales, recursos forestales, pesca). En otros casos la experiencia dio lugar a sistemas de aprovechamiento sostenibles en el tiempo, tendentes a conservar recursos como el suelo o el agua, escasos y limitados. A menudo fue la propia demografía, la tecnología o la historia las que redujeron la presión sobre el medio natural. El alcance, por ejemplo, de la roturación del bosque para su cultivo estuvo limitada por la densidad de población, y la explotación de aguas subterráneas por la tecnología de elevación de agua, lo que concedió durante amplios periodos históricos, un cierto respiro a los ecosistemas naturales.

Aún así, la insistencia del hombre por ocupar el espacio litoral acabó con algunos de sus elementos más señeros. La gran fauna es un ejemplo, desapareciendo gradualmente las especies más sensibles a la interferencia humana, las que requerían territorios más extensos, o áreas más despobladas y tranquilas (lobo, ciervo, tortugas marinas) y las que eran interpretadas como "competidoras" (foca monje, perseguida por los pescadores por este motivo). Algunas de ellas se extinguieron en épocas históricas, la mayoría después de la Edad Media: el Lobo, por ejemplo, desapareció del Campo de Cartagena en la primera mitad del S. XVII); otras aguantaron más: la Tortuga Boba crió en nuestra costa hasta finales del S. XIX, y la Foca Monje se mantuvo en ella hasta los años 70 del pasado siglo).

Mientras tanto, el hombre alentó la proliferación de otras especies antropófilas, comensales del hombre. La Gaviota Patiamarilla, que había sido explotada como fuente de alimento (sus huevos se recolectaban y vendían en los mercados medievales), experimentó primero un ligero alivio al abandonarse esta práctica, y luego un gran incremento en sus poblaciones al tener a su disposición grandes cantidades de residuos en los vertederos públicos, una fuente de alimento que las gaviotas no desdeñan. Hoy esta especie representa un problema difícil de controlar, ya que en su alimentación también se incluyen los huevos y crías de muchas especies de aves silvestres. Este es un ejemplo de algunos de los procesos desencadenados por el hombre, cuya repercusión va mucho más allá del lugar y el momento en que se inician. Hay otros efectos indirectos que repercuten sobre los ecosistemas litorales, como la alteración del régimen hídrico y la fertilización derivada de los efluentes agrícolas y urbanos, que afecta principalmente al Mar Menor y a sus humedales periféricos. Estos cambios se traducen en alteraciones físico-químicas y biológicas (descenso de salinidad, expansión de carrizales, proliferación de algas y medusas), con frecuencia perjudiciales para la propia actividad turística.

Hoy en día todo el sistema socio-económico-ambiental que ha dado soporte al paisaje litoral está en decadencia. Los nuevos modelos de desarrollo agrícola y urbano-turísticos compiten abiertamente por el espacio en las zonas de mayor calidad paisajística y riqueza biológica. Las sierras litorales, las llanuras sedimentarias y, por supuesto, la costa en todas sus manifestaciones geomorfológicas, son escenarios apreciados por una agricultura intensiva cada vez más independiente del tipo de suelo, y por un turismo cada vez más exigente en cuanto a la calidad paisajística del entorno. Espacios que, lamentablemente, suelen coincidir con las zonas de mayor diversidad biológica, el hábitat de especies de alto valor como la Tortuga Mora y el Águila Perdicera, o de comunidades vegetales iberoafricanas prácticamente exclusivas en el contexto europeo. Las fronteras del desarrollo turístico, donde esta actividad compite con otros usos y valores (agricultura tradicional, humedales, ribera litoral, ramblas, cuencas sedimentarias), suelen ser precisamente las más ricas en términos biológicos y paisajísticos, como espacios de transición entre diversos procesos e influencias ambientales. Procesos e influencias que, si son alterados, darán al traste con toda esa biodiversidad, por lo que no es posible contemplar aisladamente la conservación de cada una de las piezas de ese complejo mosaico.

Existe una percepción de que la costa murciana, al menos la parte que se extiende por el sur de la región, es un litoral prácticamente virgen con amplias posibilidades de desarrollo turístico. Por el contrario, al referirse al área del Mar Menor, se reconoce que ha experimentado un desarrollo quizá demasiado intenso, lo que ya se refleja en algunos síntomas preocupantes, como la proliferación de medusas en sus aguas. Sin embargo, se corre el riesgo de que la fuerte inercia del crecimiento turístico en los últimos años, desbarate cualquier oportunidad de conservación racional del litoral "virgen", y de recuperación del litoral "degradado".

Además, al margen de su relativo buen estado de conservación ¿en especial, si lo comparamos con otros sectores del mediterráneo español-, el litoral de Murcia arrastra como una herencia de difícil resolución, problemas ambientales tan notorios como la colmatación de la Bahía de Portmán por el vertido de estériles mineros. Este y otros "puntos negros" constituyen, junto con las tendencias actuales en el conjunto del territorio, amenazas que deben ser corregidas si queremos mantener los niveles todavía altos de calidad paisajística y riqueza biológica que atesora nuestro litoral.

Francisco Robledano