El mar ofrece a la humanidad una infinidad de productos con los que ha podido, desde la antigüedad, adornar tanto a su persona como a objetos personales. Entre los más bellos productos que el mar ofrece a la vanidad de los humanos se encuentra el nácar, un producto iridiscente de naturaleza caliza que procede del interior de las conchas de algunos moluscos.

El nácar es un revestimiento interno cuya combinación básica consiste en un 90 % de un mineral llamado aragonito, un tipo de carbonato cálcico, y conchiolina, una fibroproteina, además de silicatos. Todo este entramado de capas forma unas laminillas que le da rigidez a la concha y que con la refracción de la luz le proporcionan un aspecto iridiscente. Además, en algunos casos, cuando un cuerpo extraño, como un simple grano de arena, entra en contacto con esta capa interna el animal se "defiende" envolviéndolo con numerosas capas de nácar dando como resultado la formación de la perla nacarada.

En el Mediterráneo, desde épocas remotas, se ha extraído el nácar de algunas especies para confeccionar joyas, figuras y otros utensilios. Las especies más explotadas fueron la náyade auriculada (Margaritifera auricularia), una especie dulceacuícola de tamaño considerable y muy explotada en la antigüedad en las cercanías del Ebro; la nacra también denominada "codillo de jamón de mar" (Pinna nobilis). Ambas especies se encuentran muy diezmadas.