Free cookie consent management tool by TermsFeed Evolución y singularidad - Región de Murcia Digital
NATURALEZA

Evolución y singularidad

Evolución y singularidad

Estepa cerealista
Estepa cerealista
Murcia enclave ambiental

Enumeración y evolución histórica de las estepas de la Región de Murcia

El agua, sus cauces, los drenajes naturales o humanos y la existencia de valles son las condiciones que han influido en la aparición o extinción de este hábitat. A partir de estas variables podemos seguir la vida de las estepas de Murcia.

- El valle del Guadalentín, como amplia depresión originada por el hundimiento del territorio, es donde se asentaban la mayor parte de los territorios catalogados como estepas, tras la formación de cultivos de regadío sufrida en el Campo de Cartagena. También son destacables las extensas llanuras septentrionales, localizadas en el altiplano de Yecla y Jumilla.

- En zonas de Cieza y Jumilla, las estepas están identificadas por cierto desnivel, asentándose en los glacis que, diferenciados a veces en varias terrazas, unen los fondos de los valles con los relieves de las sierras.

- El resto de las llanuras, como los llanos del Cagitán, Tornajuelo y Aguzaderas, marcadas por las fronteras naturales de grandes macizos montañosos, filtran las aguas de sus territorios hacia el Segura, superando enormes espacios, distancias y obstáculos para llegar hasta él, o bien drenan al Guadalentín, segundo gran eje fluvial regional, como el Llano de las Cabras en Aledo o los de Almendricos y Puerto Lumbreras. En esta zona, lo más característico son los notables procesos erosivos de estas cuencas, lo que se palpa en los numerosos regatos y ramblizos que las surcan.

- También el litoral cuenta con llanuras, las costeras que drenan al mar, entre las que destaca por su importancia y extensión el campo del Mar Menor, una amplia planicie limitada por las sierras de Cartagena y la sierra de Carrascoy y estribaciones. Hay otros relieves esteparios litorales en las cuencas sedimentarias de Mazarrón y Águilas que, con pendientes más grandes que las anteriores, sufren una intensa erosión debido a los materiales que las forman, principalmente margas miocénicas, cuya disolución y arrastre son harto fáciles.

De esta forma, las estepas tienen dos rasgos comunes: el relieve llano o de ligera pendiente, por un lado, y por otro, la fisonomía de su vegetación, de tipo herbáceo o matorral de bajo porte, con ausencia total de arbolado o, a lo sumo, con pies muy aislados y que nunca llegan a formar una masa arbórea consistente. En el caso concreto de la vegetación, el clima y los suelos de la Región facilitan de forma natural la existencia de esta flora. Si añadimos la acción del hombre, milenaria en su laboreo en la cuenca mediterránea, no es de extrañar la gran extensión que ocupan estos sistemas ecológicos en la actualidad.

Este tipo de paisaje y sus riquezas fueron ya bien valoradas y explotadas por el Imperio Romano que dedicaba sólo al cultivo del esparto (Stipa tenacissima), conocido como campus spartarius, una superficie superior a las 650.000 hectáreas. La distribución abarcaba desde la costa cartagenera hasta el interior de la meseta albaceteña y desde el golfo de Santa Pola en Alicante hasta el bajo Almanzora en Almería. Y se excluían los relieves más abruptos y escarpados, así como los humedales y las zonas encharcables. También cabe la posibilidad de que la denominación campus spartarius hiciera referencia no sólo a la especie conocida como esparto o atocha, sino también al albardín (Lygeum spartum), del que se encuentran aún considerables extensiones en el litoral e interior de la Región de Murcia.

Sin embargo, pese a los cambios demográficos, las llanuras típicas de las estepas comenzaron a tener otros usos económicos como los cultivos cerealísticos llevándose a cabo mediante la deforestación y roturación de estos terrenos, especialmente, en la mitad septentrional de la Región, habiendo permanecido en ciertas partes el encinar primigenio adehesado.

La singularidad de las estepas salinas

Las estepas salinas se distribuyen por toda la Región, tanto en el interior como en el litoral. Buenos ejemplos son la Alcanara y los saladares, ambas en el valle del Guadalentín, Alhama y Totana, Altobordo en Lorca, Ajauque en Santomera y Fortuna, la Marina del Carmolí en el enclave del Mar Menor y cabo Cope en Águilas. Un interesante debate sobre taxonomía de llanuras es el que se da a la hora de catalogar como criptohumedales o estepas salinas, ya que en esta zona la diferencia es inexistente.

Dichas formaciones de saladar están asociadas a humedales, presentando o no, una lámina de agua temporal. Su vegetación está compuesta en general por almarjos y sosas (Suaeda vera, S. pruinosa, Arthrocnemum glaucum, Sarcocornia fruticosa, etc.) destacando una quenopodiácea, Halocnemum strobilaceum, con una distribución restringida en la Región de Murcia a los saladares del Guadalentín y de Águilas.

Las condiciones de clima extremo que presentan los medios esteparios hacen que su vegetación, en su largo camino adaptativo, sea de elevado interés científico. Algunas de las plantas que aparecen son endemismos murcianos y almerienses, como la escobilla (Salsola genistoides) y la boja negra (Artemisia barrelieri), especies que contribuyen en gran medida a organizar el tapiz vegetal de los ecosistemas esteparios. Los materiales margosos son ricos en yesos y sales sódicas, condicionando la aparición de una flor adaptada a este tipo de sustratos que forma comunidades gipsícolas caracterizadas por la presencia de especies arbustivas como Ononis tridentata, Helianthemum squamatum, etc.

Esta peculiaridad supone otro agitado debate entre los profesionales y científicos de la biosfera, tanto por la vegetación como por la fauna asociada. Por un lado, está el frente que interpreta que estos hábitats son comunidades terminales de características ecológicas extremas, es decir, ecosistemas propios, identificados en sí mismos. En el bando opuesto se entienden las estepas como paisajes resultantes de la alteración humana de bosques esclerófilos, o sea, una frecuente forma de degradación forestal que repite circunstancias y es hoy una realidad de facto. En este caso, como en la mayoría, el acierto está en el equilibrio, en tomar ambas posturas como complementarias y exclusivistas.

Efectivamente, la paleopalinología ha puesto de manifiesto la existencia de espacios abiertos subesteparios en épocas pretéritas del Cuaternario, mezclados con zonas de bosque. Por otra parte, la geomorfología ha identificado paleorrelieves estépicos en las áreas endorreicas de la Península Ibérica y en las zonas de depósito de arenas cuaternarias. La continua presencia de un buen número de especies típicamente esteparias en el sureste ibérico se comprende gracias al mantenimiento de esas condiciones edafoclimáticas en los posteriores episodios geológicos. El hombre, dentro de este vivo tablero de evoluciones, vino con sus actividades ganaderas y agrícolas a perpetuar y expandir los diversos tipos de vegetación esteparia en la Península.

En estas zonas esteparias la composición florística de la vegetación puede ser tan importante como su estructura para la composición de las comunidades orníticas, lo que se aprecia en los distintos tipos de estepa en función de su vegetación dominante. En el caso de los saladares, sus diferencias con otras estepas se atribuyen además a la producción de semillas con alto contenido energético.