El título de esta exposición de Gonzalo Puch –Todo es lo mismo, lo que cambia es la melodía– parece referirse  a esa noción de cambio que se produce sólo al nivel de superficie, mientras que la estructura, lo que está debajo, lo que sostiene el mundo, sigue en el mismo lugar. Cambia la melodía, cambia la manera en la que vemos las cosas, pero las cosas siguen siendo las mismas; hay algo inmutable en ellas, algo que permanece por mucho que aparentemente se haya desplazado.

La obra de Gonzalo Puch, al menos en los últimos años, se ha caracterizado por introducir esas tensiones entre lo fijo y lo moviente. Sus “naturalezas muertas” están siempre a punto de cambiar, los objetos fotografiados están sosteniendo un equilibrio inestable siempre en el borde del movimiento. Lo inminente acecha en cada una de sus fotografías.

En esta ocasión la presencia de lo inminente, de la inestabilidad y de la tensión dialéctica es central. Y más que nunca se muestra a través de la introducción de una suerte de “precariedad” que impregna todas sus composiciones. Los paisajes, los objetos, las estructuras, los pequeños montoncitos de arena-azúcar… dan muestras de la fragilidad del mundo. Las construcciones precarias e inestables están en todo momento a punto de ser devoradas por “la fuerza” de la naturaleza, a punto del naufragio, de la descomposición, de la ruina. De un pequeño derrumbe que alude a catástrofes mucho mayores.

Gonzalo Puch muestra aquí paisajes minúsculos. Observa lo grande en lo pequeño.

Es posible que no entendamos lo que está ocurriendo ante nuestros ojos, pero no podemos dejar de mirar la intensidad de lo que se nos muestra.