El sureste de la península y su ámbito Mediterráneo forman parte de una extensa zona de la Tierra que se integra en el clima subtropical.
La Región de Murcia, se encuentra en una zona de transición entre los climas mediterráneos y los climas semiáridos que avanzan las características del desierto norteafricano dando lugar a temperaturas más altas y precipitaciones escasas.
La explicación de la variedad climática murciana se encuentra en la topografía, que abarca un amplio rango desde 0 a 2.027 metros de altitud y exposición a los vientos dominantes y la distancia con respecto al mar. Las diferencias térmicas entre el litoral y el interior son mucho más acusadas en invierno. En el litoral no suelen descender de 10º C, mientras que en las comarcas interiores de mayor altitud no se exceden los 6ºC.
La meteorología de las montañas del noroeste murciano se ve influenciada por las borrascas atlánticas y las oscilaciones estacionales del frente polar, sin embargo, las cordilleras andaluzas de Sierra Nevada, Cazorla y Segura actúan como una barrera que dificulta la llegada de estos frentes a la Región.
Las masas húmedas del oeste descargan en estas cimas y al descender por la vertiente opuesta perdiendo altitud, el aire se calienta disminuyendo la pluviosidad. Es el llamado efecto Fohem. Las tierras murcianas, situadas a sotavento se ven afectadas originándose una diagonal de aridez desde Revolcadores y la Sierra de Moratalla hasta el litoral.
La Región de Murcia ofrece entre 120 y 150 días de sol al año y una temperatura media de 18º C, con veranos calurosos e inviernos suaves. En general, las precipitaciones son escasas (aproximadamente 300-350 mm/año) en todo el territorio regional, siendo el verano una estación eminentemente seca.
Los vientos de Poniente, escasos en precipitaciones, son los más dominantes en nuestras latitudes. Los de Levante procedentes del Mediterráneo Occidental provocan la ascensión de las masas cargadas de humedad.
En otoño la gota fría provoca fuertes temporales, ya que en su rotación estos vientos chocan con las montañas del interior y generan episodios de fuertes precipitaciones. En ocasiones las consecuencias se manifiestan, sobre todo en primavera y otoño, con la gota fría: lluvias torrenciales de gran capacidad erosiva que provocan escorrentías y desbordamientos de los cursos naturales del agua.