En algunos sectores del cabezo se ha documentado el hundimiento de la techumbre de cavidades o la presencia de cuevas colmatadas con cerámicas y materiales antiguos. La formación de esas cavidades suele vincularse con la presencia de afloramientos o fuentes naturales de cierta importancia bajo el asentamiento. Su existencia habría solucionado el abastecimiento doméstico. La presencia de caudales subterráneos parece corroborada por el hallazgo de un pozo artesiano, que se encontraba colmatado con materiales antiguos. Este sistema de abastecimiento no es incompatible con la construcción de un acueducto, puesto que habría sido necesario para proporcionar un caudal importante y de fácil distribución hasta los edificios públicos situados en diferentes sectores de la ciudad.
La red de distribución de aguas debía abastecer a los espacios públicos (foro, termas, teatro, anfiteatro, circo), pero también a las viviendas privadas, tanto a las más populares (las insulae), modestos edificios de varias plantas como a las domus, viviendas más espaciosas y lujosas que contaban con un atrium o patio central donde se situaba un impluvium, un pequeño aljibe que recogía el agua de lluvia de los tejados.
A día de hoy no se han encontrado indicios del alcantarillado, que caracteriza toda ciudad romana de entidad, pero la existencia del acueducto con seguridad indica que existía un ciclo completo del agua, es decir, un circuito de aguas limpias y otro de aguas sucias. La entrada del agua a la ciudad bien pudo realizarse a través de un sifón, infraestructura que podría tener relación con unos túneles hallados en el lado Oriental del cabezo. En cuanto a las aguas sucias, una gran cueva situada en el lado Occidental del cabezo, quizás pudo servir como cloaca o conducción encargada de evacuar esas aguas insalubres fuera de la ciudad. Todos ellos son aspectos que se están investigando y de los que aún es prematuro hablar.