Quién en Murcia no guarda en su memoria aquellas entrañables escenas de la temprana primavera cuando, en cajitas de cartón, las más de las veces de zapatos, criábamos gusanos de la seda? ¿Quién no ha pedido a su papá, a su mamá, al abuelo o a un hermano mayor que le ayudase a coger hojas de morera para dar de comer a los gusanos? ¿Recordáis aquellos sustos cuando los gusanos dejaban de comer y creíamos que estaban muertos? ¿O cuando decíamos que no los tocasen porque se ponían 'macocos', aunque nosotros no dejábamos de tocarlos y no pasaba nada? ¿O los bonitos capullos de colores blanco nacarado o amarillo oro? ¿O las mariposas de color marfil que una mañana, al despertarnos, revoloteaban alegremente dentro de la agujereada caja de zapatos?...
En Murcia, queridos amigos, hasta hace bien poco era una costumbre generalizada entre los más jóvenes la de criar unos pocos gusanos de la seda. A veces eran los propios maestros los que los llevaban a los colegios, sabedores del beneficio que les reportaría a los chavales en su educación. Al hilo de su crianza aprovecharían para enseñarles el milagro de la vida, de sus ciclos, de los insectos y sus fases (huevo, larva, capullo con su imago, mariposa), sucesión de etapas del nacimiento y de la muerte¿ Aquí, como en la vida real, no habían segundas oportunidades, no se podía resetear al gusano y que volviese a la vida si se había muerto porque no lo habíamos cuidado bien.
Los gusanos de la seda, los tamagochis murcianos, también como sus parientes electrónicos japoneses, comen, hacen caquitas, enferman si no los cuidamos bien, engordan felices y contentos si prodigamos nuestros cuidados, se reproducen, nos ayudan a hacer amigos¿ son, en suma, unas mascotas ideales que, además, a diferencia de los japoneses, nos acercan a la naturaleza en vez de alejarnos de ella.
Actualmente, el mayor problema para los niños de las ciudades consiste en coger las hojas frescas de morera para dar de comer a los gusanos, porque las sucesivas podas anuales de las moreras han provocado que cada año echen sus brotes más altos, con lo que las más de las veces ya no basta con la ayuda de un mayor, se precisa de un perigallo.
Resulta triste observar como a veces, esta cogida de hojas se hace de modo furtivo, como a hurtadillas, con nocturnidad o en lugares retirados, porque, y hablo por propia experiencia, da la sensación de estar mal visto por algunos. Quizás porque piensan que se les provoca un daño a la moreras. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Las pocas hojas que nosotros quitamos a la morera, son algo insignificante en comparación con su vigor y capacidad de rebrote.
No obstante os daré un consejo que os ahorrará mucho trabajo y molestias: las hojas que cojáis guardarlas dentro de una bolsa de plástico en el frigorífico, como una verdura más. De este modo os durarán mucho tiempo y sólo gastaréis las que los gusanos se vayan comiendo.
Afortunadamente para los chavales de las pedanías de Murcia, la cogida de hojas la tienen resuelta con mucha mayor facilidad. Todavía quedan algunas viejas moreras en los linderos de los bancales, testigos mudos de un pasado glorioso en el que las moreras se cultivaban para criar gusanos de seda (según el catastro de Ensenada de 1757, sólo en la huerta de Murcia habían más de 680.000 moreras en producción).