La agricultura y la vida en el campo han constituido uno de los signos de identidad de la Región de Murcia a lo largo del tiempo, y principalmente durante los siglos XVIII, XIX y XX.

La explotación de las tierras de labor constituyó el medio de vida de la sociedad rural, siempre dependiente de las variaciones meteorológicas que dejaban grandes cosechas o periodos de crisis en los hogares de campesinos, labradores, ganaderos o jornaleros.

Los oficios que hacían funcionar el engranaje rural se convirtieron a lo largo del tiempo en el pilar básico de la economía en el campo. Las principales ocupaciones del sector primario fueron tradicionalmente la agricultura, ganadería, artesanía, silvicultura, apicultura, acuicultura, caza y pesca.

Las condiciones de vida se encontraban directamente relacionadas con la orografía del paisaje y del terreno cultivable, así como con el clima. La relación directa o dependencia de su entorno dejó en la población rural elevados conocimientos sobre fenómenos meteorológicos, teniendo en cuenta el comportamiento del sol, la luna, otros astros, la bruma o el viento.

A partir de estas dos variables, clima y relieve, se dictaba la manera de construir el lugar donde habitar, ya fuera una casa aislada, una vivienda de dos pisos para lugares más fríos, núcleos de población, o haciendas diseminadas por el campo. Sus dimensiones quedaban asociadas a la riqueza de la familia, contando según disposición económica con anexos y construcciones auxiliares como aljibes, hornos, fuentes, pozos, leñera, pajar o establos.

La convivencia en el campo, el entorno familiar y la religiosidad o creencias mágicas también participaban de unas peculiares condiciones. Las familias eran pequeñas, nucleares, con una clara diferenciación entre los roles del padre y la madre. En el hogar resultaba extraño que habitara más de una pareja ya que los recursos económicos que se obtenían de las labores en la tierra apenas llegaban para mantener a un matrimonio con sus hijos. Los niños y niñas colaboraban en las tareas agrícolas o de la casa desde jóvenes, aprendiendo de esta forma lo que en el futuro sería su vida como miembros independientes de la sociedad rural.

Pero, aunque la vida del campesino siempre ha resultado dura y difícil también disfrutaban, cuando el calendario laboral lo permitía, de festividades y celebraciones que alegraban su quehacer diario. Fiestas de patronos, Navidades, juegos para niños y adultos, música y bailes tradicionales amenizaban estos días de ocio festejando el final del trabajo y augurando un futuro mejor para la siguiente cosecha.

Un aspecto que siempre estuvo y sigue estando vinculado al mundo campesino es la etnobotánica, los remedios caseros, la relación que ha mantenido con las plantas medicinales y la elaboración de preparados con los que curar o aliviar enfermedades y dolencias.

Por último destacar la tradición oral, transmitida de generación en generación, tan arraigada a los campos y huertas murcianos, y conservadora de modos de vida, vestuario, ritos mágicos u oraciones religiosas a través de relatos, cantos, leyendas, fábulas, canciones, conjuros, mitos, cuentos o pregones.