Cartagena, la antigua Carthago Nova, nos ha ido mostrando, tras años de trabajo arqueológico y musealización, los mayores tesoros artísticos que de la época romana quedan en la Región de Murcia. Una ciudad conquistada a los cartagineses por Publio Cornelio Escipión y que, tras ser profusamente urbanizada durante la época tardorrepublicana, tuvo su momento más esplendido en cuanto a desarrollo y construcciones durante la época Julio-Claudia.

Es de destacar el contraste de Carthago entre la época tardorrepublicana y la imperial de Augusto porque en los restos arqueológicos queda patente la gran diferencia existente en la evolución artística de los dos momentos históricos.

El crecimiento económico de Carthago durante la época tardorrepublicana sería el sustento de la renovación global que el programa de Octavio Augusto propondría a todo el imperio. El saeculum augustum se distinguiría por la recuperacion del mores maiorum y la pietas, las tradiciones de los mayores y la piedad. A una época de confrontación civil debía seguir un momento de alabanza a los dioses, quizá olvidados por las anteriores generaciones. La renovación moral de Octavio Augusto se plantearía la ostentación del estado o publica magnificencia y la renovación religiosa.

Como ciudad romana, aunque no trazada sobre un plano hipodámico, Carthago llegó a contener los ámbitos y edificios propios de la romanización, siendo el más vistoso, por su nivel de recuperación, el teatro. Pero en Carthago Nova también hubo circo, curia, foro, anfiteatro, templos, termas y augusteum (un templo de culto al emperador) y domus o casas privadas, algunas de ellas con una decoración de mosaicos y pinturas relevante.

Sin duda el teatro conservado, fundado entre los años 1 y 5 antes de Cristo, es el monumento antiguo romano mejor conservado y que nos permite ver de alguna manera la magnificencia de las construcciones romanas. Probablemente fue una construcción financiada por la alta sociedad de Carthago como homenaje al emperador Augusto. Con capacidad para unas seis mil personas, el teatro conserva del estilo helenístico la estética que hace de su estructura un ambiente casi sacrosanto. Además de la cavea, el semicírculo que contiene el graderío, podemos observar la scenae, la escena propiamente dicha, en este caso porticada y distribuida en tres exedras que soportan las columnas, que muestran un juego cromático en la combinación de capiteles, fustes de columnas y basas.

Las tres exedras representarían la tríada de divinidades capitolinas, Júpiter, Juno y Minerva, y sobre la puerta central se dispondría una imagen del Apolo Citaredo, conservada en el Museo Arqueológico, un Apolo con cítara, divinidad bajo la cual el emperador Octavio Augusto creía estar protegido.

El teatro romano, siempre gratuito, era un instrumento de alto valor estético en la urbe pero destinado siempre por el poder público a beneficiarse de la simpatía del pueblo. Si Grecia educaba, Roma procuraba divertir con sus teatros.

El teatro romano y el resto de construcciones que componían la ciudad de Carthago son un buen ejemplo que nos permite apreciar tanto los valores estéticos como la ideología que sustenta los mismos. Conforme Roma crecía económica y políticamente sus urbes crecían, no sólo en espacio físico sino en la disposición de edificios públicos y la grandeza de los mismos.

Como hemos señalado anteriormente el contraste entre espacio republicano y espacio imperial pueden apreciarse en los restos conservados y el estudio de los mismos.

En esta renovación social y política, manifestada a través de su arte se observa fácilmente sus principios estéticos, la observación de la herencia griega, advertida ya por Horacio: estudiad sus modelos.

Sacra Cantero Mancebo