Torero
Torero

Alenda Mira, un seminarista de la época, fue testigo de éste evento y a él vamos a seguir en algunos aspectos. La Feria se celebraba por tradición en el barrio de San Benito, hoy barrio del Carmen que contaba con diecisiete calles y 6 posadas a extramuros al que se accedía a través del Puente de la Paciencia.  Este paso sobre el Segura fue derruido por una avenida pero como el paraje requería el servicio se construyó muy cerca uno de piedra que fue terminado en 1742 sería conocido como puente de los Peligros.  Por él se accedía a la plaza de Camachos la que en sus orígenes no era otra cosa que una importante plaza de toros que se inauguró en 1769 y que como tal se mantuvo en uso hasta comienzos del Siglo XIX.  A partir de la plaza nacía una hermosa alameda plantada en 1681 que sobreviviría hasta su transformación en un jardín dedicado a Floridablanca en 1848 Esta plaza de toros sustituyó a los arreglos provisionales que era costumbre acondicionar en el Arenal o Santa Eulalia, el Mercado (Santo Domingo), Ceballos o San Agustín.  El edificio fue diseñado en primera instancia por Jaime Bort pero construido por Martín Solera con otro diseño.  Pero en 1839 la plaza había cumplido 70 años desde su construcción y se encontraba en mal estado, de modo que fue sustituida temporalmente por otra provisional que se   ubicó en el mismo barrio, tal como Genaro Alenda nuestro autor describe:

'Descendiendo la rampa de este puente...,
una plaza de toros, la faz vieja, y silenciosa,
desmirriada y sucia.'
...'La antigua plaza presurosos cruzan
su rumbo dirigiendo al nuevo circo...
que de álamos orillan largas runfla'...

Tras cruzar el río y, como hoy,  la actual plaza de Camachos, al otro lado de la alameda, el viandante y festero se dirigía al Ovalo, conocido después como plaza de la Media Luna donde se había habilitado el coso taurino para la feria de 1839.  Con motivo del acontecimiento que nos ocupa había nacido la 'Empresa de Toros' formada por un grupo de socios a cuyo frente se encontraba el mismísimo Marqués de Camachos. 

  La ciudad es un foco de atracción para las pequeñas localidades vecinas. De aquí llegan, al despuntar el sol, los carros con su estrépito y algazara. Ante tanta bulla, dice Alenda:

'... salen a sus balcones mil bellezas
y echándose de pechos, cual desnuda
muestra gran parte de su blanco seno...'

Las fondas y cafés abren sus puertas para colaborar en la bacanal al tiempo que las campanas de la catedral suenan a los cuatro vientos. Atraen a los huertanos que van inundando la urbe y las tabernas al son de sus guitarras, con sones aprendidos de oído o en la academia de Casimiro Jiménez. Pero los que llegan desde la margen izquierda del río pasan rápido a las alamedas extramuros, las del barrio de San Benito. Antes de la corrida se compran y venden cientos de caballos y mulas.  Destacan además los puestos de sandías, frutas variadas y confituras. Nuestro visitante, testigo de excepción, no pierde detalle y con respecto a las mujeres, se esmera en describir hasta los afeites:

'... y se aprestan aceites y pomadas,
cajas, pomos y botes que perfuman:
Pachuly, wetivert, ambar, almizcle
y ceilán, macasar, serkis y rusia...
polvos, leches, jabones, dentelarias,
cremas, gomas, opiatas y misturas'.

La tarde comienza y las masas se dirigen a la plaza en grosero y sudoroso tropel a tomar posesión de unos asientos calientes donde esperarán apretados soportando el calor. Y como la espera de tres horas va a ser larga, todos se divierten con el enano animador, con gritos y chanzas; los viejos verdes no podían faltar o las discusiones sobre las mejores ganaderías de toros.  También sale a la palestra la discusión sobre si la fiesta de toros es degradante y de gente bellaca o es una gran tradición ligada a los más grandes eventos del país. Y mientras el poeta hace su trabajo, el populacho continúa su algazara y de entre la muchedumbre se jalea a la 'Curra', una tabernera menos poética, pero más conocida por sus formas y su carácter...'.